domingo, 27 de octubre de 2013

VOLVER AL PASADO (CAPITULO 17)


Aquel día recuerdo que hacía frío, en toda mi vida he sido una persona que disfruta del invierno más que cualquier otra estación del año. La ciudad luce tranquila, las calles calmadas y la gente parece andar por ahí sin el bochorno que en verano no lleva a otra cosa que poner de malhumor a las personas, desde mi óptica.
Mi madre me había dicho que quería salir a comprar, era un sábado y pretendía que la acompañe a ver algunas cosas para la casa. A pesar de que no disfruto mucho de ir de compras, algunas veces había ido con ella haciendo esfuerzos por tratar de no impacientarme. Siempre he sido de los que va a un lado, compra y se va, no entro en detalles. Aquel día me disculpe con ella, excusándome por tener que salir a otro lado. Ella solía respetar mis espacios y cuando tenía algo que hacer, me dejaba hacerlo.
Ese día lo tomaba como un día más, no pretendía que las cosas cambien mucho, iría con Jessica por el centro de Lima y seguramente pasaríamos el tiempo conversando y de ahí cenaríamos como algunas veces lo habíamos hecho.
Me alisté y aunque me sentí mal por dejar que mi madre vaya sola a comprar, ya que mi hermano tenía un ensayo con su banda, ella lo tomó con normalidad y eso por lo menos me quitó un poco más el cargo de conciencia.

Ya en el carro me sentía bien, el clima era perfecto, como para salir. No hacía mucho frío y una polera arreglaba el resto. El punto de encuentro era un centro comercial en el centro de la ciudad, días antes habíamos quedado en visitar un parque de la ciudad que había sido remodelado, ese era el Parque de la Exposición. Parte de lo pactado era llevar mi cámara y tomarnos unas cuantas fotografías, o por lo menos así lo dispuso ella: “¿qué te parece hermanito si llevas tu cámara y nos tomamos fotos, y de paso me enseñas las que me dijiste que tenías de tu último viaje?”. Aquello dibujo una sonrisa en mí, no me podía quitar esa ya común palabra entre ambos: “hermanito”.
La puntualidad siempre ha sido una de mis virtudes, aunque otros no lo vean así. Mi obsesión en estar antes de la hora pactada siempre ha sido mi insignia, en lo laboral me había servido, pero al parecer en la sociedad no era así. La gente parecía llegar media o una hora después de lo acordado y aunque eso me molestaba e incomodaba, era una buena terapia para medir mi tolerancia. Aquel día no fue la excepción y en Jessica parecía algo de lo más común. Faltando diez minutos para las cuatro, hora que habíamos acordado llegó un mensaje a mi celular: “Hermanito, me he retrasado un poco, estaré llegando en quince minutitos”. Esos quince “minutitos” se convirtieron en cuarenta minutos más. Traté de disipar mi molestia fumándome un cigarrillo, que no tardó en consumirse.
Cuatro y cuarenta de la tarde una sonriente Jessica bajó de su carro y se acercó a mi posición, al parecer se percató de mi incomodidad y su sonrisa de alegría dio paso a una de incomodidad.
— Hola Jaime, lo siento mucho, de veras que salí temprano pero un tráfico me impidió llegar a la hora— trató de excusarse, pero en el fondo sabía que no me la creería, sabía bien que yo ya sabía que ella se había demorado en salir de su casa, pero no era un buen día para discutir y en realidad no pretendía hacerlo.
— No te preocupes Jessica— traté de solucionar la incómoda situación de tener que esperar cuarenta minutos y busqué a su vez no sonrojar más a la ya avergonzada Jessica— dicen que las mujeres suelen demorarse, así que ya venía preparado para eso, lo importante es que ya estás acá— traté de disimular y al parecer eso cambió su rostro, viéndola sonreír nuevamente con entusiasmo.
— Gracias, se lo puntual que eres por eso no quería que pienses mal— dijo ella y sonreí como si no pasará nada, como si le hubiese creído.
— Bueno entonces ahora que estamos acá, ¿Qué planes hay?— pregunté animado dejando atrás un incómodo episodio.
— No lo sé, tú eres el conocedor del centro de Lima, me habías dicho algo de un Parque de la Exposición que recientemente habían remodelado.
— Ah, cierto. Es un buen lugar y además muy tranquilo, sobretodo que es propicio para mostrarte las fotos de mi cámara.
— Y para tomarnos fotos juntos— agregó ella con un gesto pícaro.
— Está bien, aunque sabes que no me gustan las fotos— lo dije en tono desanimado pero juguetón.
El Parque de la Exposición es un parque en el Centro de Lima, muy bien remodelado en el cual uno puede encontrar un lugar cultural y de tranquilidad apropiado para conversaciones y caminatas. Aquel día lucía un poco desolado, seguramente por el frío que se empezaba a sentir con más intensidad llegada casi las cinco de la tarde. Jessica y yo caminamos por el lugar, conversando y riéndonos, me encantaba verla sonreír, me encantaba hacerla sonreír. Luego de caminar por varios minutos, el viento había enfriado un poco nuestros rostros, lo cual hiso que buscáramos un lugar tranquilo para sentarnos y conversar.
Así fue como llegamos a un lugar tranquilo, aunque carente de bancas. Nos dispusimos a sentarnos para reposar un poco y a pesar de la incomodidad del suelo, el marco era bueno y tranquilo para conversar, cerca había un lago artificial que dejaba ver unos botecitos con forma de cisnes que esperaban la llegada de alguien para emprender una tranquila marcha por los alrededores, aunque aquel día parecían esperar en vano ya que nadie aparentemente tenía la intención de hacer uso de ellos. Por un momento pensé en decirle para ir a pasear en aquellos botes, pero luego comprendí que ella era una persona friolenta, y aunque sé que de repente hubiese aceptado gustosa en dar un paseo en aquellos objetos navegables, el frío la hubiese consumido y al día siguiente me hubiese sentido mal de saber que la futura médico hubiese pescado un resfriado, por lo que me dispuse a anular esa opción.
— Bueno por lo menos encontramos algo donde sentarnos— dije mientras nos acomodábamos en nuestros improvisados asientos.
— Sí— dijo ella sonriendo— me hubiese sentido mal si hubieses gastado dinero en esa cafetería solo para poder encontrar unas sillas.
— Te lo planteé, aunque resultó que tenías razón, el ambiente aquí es bueno.
— Así es, podemos disfrutar mejor de la naturaleza— agregó ella para hacer parecer que todo estaba bien— Bueno ahora si sacas tu cámara y nos tomamos fotos ¿Qué te parece?
— ¿Aquí? ¿Ahora?— sentí que empezaba a sonrojarme, no he sido mucho de las personas que están tomándose fotos en la calle, pero aquel día sentía que estaba obligado a hacerlo y ya me disponía a sacar la cámara.
— Mentira— dijo ella deteniéndome— sé que no te gusta esto de las fotos en la calle, en realidad a mí tampoco solo quería ver tu reacción y déjame decirte que es muy graciosa.
— Ya veo, has venido muy graciosa— dije, pensando a su vez que había traído mi cámara hasta acá solo por “bromita”.
— Conversemos un poco más y de ahí me enseñas las fotos de tu viaje, para que no pienses que te he hecho traer tu cámara por las puras— dijo Jessica, no sé si leyó mi mente.
— Vale.
Conversábamos tranquilamente y notaba en los ojos de Jessica aquel día algo diferente, veía una interrogante, sentía que ella esperaba algo más y no sabía que era. Mientras conversaba me miraba a los ojos y en ellos trataba de interpretar que era lo que me trataba de decir, pero no sirvió de nada. Ya habían pasado cerca de cuarenta minutos desde que nos sentamos en aquel lugar, cuando nuestra tranquila conversación se vio interrumpida de manera repentina.
— Jovencitos buenas tardes, disculpen que interrumpa su amena conversación, quien les habla es una niña que se ha visto en la obligación de salir a las calles a vender para poder llevar un pan a la mesa de su hogar y así tener algo que compartir con mis hermanitos que también están por el parque tratando de conseguir algo— era la voz de una niña de unos doce o trece años que de manera repentina se había puesto delante de nosotros con una bolsa de caramelos en una mano y unas seis o siete rosas en la otra. No he sido de las personas que piensan mal de eso, pero a veces me he puesto a pensar en la posibilidad que el discurso que los vendedores ambulantes suelen decir, están escritos en alguna parte, entiendo que la necesidad es la misma, pero de ahí a que las palabras que usan sean las mismas me resultaba curioso.
— Y dime niña que ofreces— traté de acortar el momento y no extender más la inoportuna presencia de la agraciada niña.
— Bueno para la bella dama que tiene como enamorada le puedo dar esta linda rosa— recitaba mientras ponía una las rosas, seguramente arrancada de algún parque del lugar en una de las manos de Jessica quien tomada por sorpresa cogió la rosa y miró a la niña.
— En realidad no somos enamorados, solo somos amigos— agregué riéndome y al parecer eso hiso que Jessica también reaccione.
— Así es niña— dijo mientras devolvía la rosa.
— Pero eso no significa que no te puedas quedar con la rosa— dije mirando los ojos de Jessica.
— Claro señorita, acepte, jóvenes como él así no mas no hay. Además todos los días no se regala una rosa de veinte soles ¿no cree?— aquellas palabras fueron como una puñalada, ¿veinte soles por una rosa mal cortada de un parque?, no dije nada y sólo sonreí.
— ¿Veinte soles?— dijo por fin Jessica apelando a su consciencia— bueno niña creo que te has confundido de parque, este es el centro de Lima no el parque Kennedy— concluyó Jessica con un buen sarcasmo al tiempo que hacía la devolución de aquella rosa que cuando obtuvo bien mi atención lucía extraña, como malograda.
— Bueno está bien, ya que no son enamorados aunque hacen bonita pareja, tampoco se pueden quedar con las manos vacías. También tengo estos caramelitos de limón para el frío— no entendía que tenía que ver el caramelo de limón con el frío pero me parecía gracioso— Vamos joven no sea tacaño tampoco, tiene que invertir— y me guiñó el ojo graciosamente.
— Está bien, está bien, solo porque eres una buena vendedora, dame caramelos— y puse la mano en mi bolsillo para sacar algún sencillo que tenía por ahí y deshacerme rápidamente de la incómoda pequeña.
— Ahí está, 6 caramelitos de limón para la parejita— dijo al poner los 6 caramelos en la mano de Jessica.
— Muy bien niña, ¿cuánto te debo?
— Los caramelitos están dos por un sol, tres por un sol cincuenta, en su caso y con rebaja serían tres soles caballerito— dijo extendiendo la mano.
Ya no tenía ganas de seguir renegando ni prolongando la presencia de la pequeña cuya astucia había podido más y resignado le di los tres soles ante la sorpresa de Jessica que ya se disponía a devolver los caramelos.
— Gracias amiguitos, espero que tengan mucho tiempo más juntos.
— Ya te dije que no somos enamorados— dije ya un poco fastidiado por la presencia de la pequeña y sus inoportunas declaraciones.
— Gracias niña, puedes retirarte— dijo Jessica.
Viendo a la niña irse del lugar seguramente en busca de otras incautas parejas que día a día son víctimas —en el buen sentido de la palabra— de los vendedores ambulantes de flores y caramelos que parecen aprovecharse de las circunstancias y de la necesidad de no quedar mal del hombre para inflar los precios de sus productos como si fuesen los últimos en la tierra.
— Pero que pequeña la que nos salió— dije a la vez que recibía tres caramelos que Jessica ponía en mi mano.
— Sí, eso es lo que no me gusta a veces, yo ayudo a los niños cuando veo que necesitan, pero de ahí a que se aprovechen no me parece.
— Bueno ya no importa la cosa es que nos dejó tranquilos, y encima creía que tú y yo éramos enamorados— dije con una sonrisa sarcástica.
— Si pues— dijo un poco incómoda Jessica y vi que su mirada transmitía algo más, era como si intentara decirme algo y yo seguía sin entenderlo.
— ¿pasa algo?— pregunté al darme por vencido en tratar de interpretar aquella interrogante.
— No nada, es que…— y se quedó pensativa.
En aquel momento sabía que pasaba algo, quería preguntar más pero entendí que no era el momento para hablar, creía saber a qué se debía todo eso, creía saber que era lo que tenía que hacer y que Jessica en todo este rato había tratado de decirme, pero también tenía miedo de hacer algo que de repente podía llevarme al error, del error al rechazo y del rechazo a perder a una buena amiga y persona. Pero ya estaba ahí, frente a ella, con su mirada impregnada en la mía, con sus brillantes ojos confundidos con los míos, con su sonrisa insinuante invitándome a entender la respuesta, con sus perfectos labios que hacían un llamado a los míos en aquella fría tarde limeña, me dispuse a no pensar más, aunque nada de lo que estaba pasando estaba previsto antes de ir, sentía que no debía dar marcha atrás, no pensaba en las probabilidades, solo pensaba en las realidad y ese momento era real, y sucedió.
Me acerqué lentamente a ella, juntando nuestros espacios y reduciendo la distancia entre nuestros rostros, en ese momento sabía que estaba a tiempo para retroceder, pero no tenía intenciones de hacerlo, noté que ella también se acercó y cuando menos me di cuenta, sentí sus labios sobre los míos, sentí su presencia junto a la mía, sentí su fragancia a milímetros de mi ser, sentía el adorable olor de su cabello tan cerca que no tenía intenciones de dejarlo ir y sentí sus labios junto a los míos, sin intenciones de separarse ni por un segundo. Las palabras no importaban, era el momento en el que nada alrededor tiene sentido más que ese momento.
Pasaron minutos desde que nuestros labios se juntaron por primera vez y éstos no se separaban, no sé si por la necesidad de seguir juntos o por lo que pasaría luego. Cómo de haber sido “hermanitos” por la inmensa amistad que nos teníamos estábamos ahora en esa situación. Yo no tenía intenciones de acabar ese momento porque lo disfrutaba y porque no sabía que decir luego.
Pero ambos nos separamos y sus ojos seguían brillantes como al inicio y al parecer los míos también, ya que ella los miraba como si viese un espejo y sonrió.
— ¿Qué pasó?— pregunté para romper el hielo y buscar alguna explicación.
— No lo sé, solo sé que pasó— dijo ella seguramente regresando en sí.
— De veras que no sé qué decir— me sinceré con ella.
— No tiene caso lo que digas— dijo dulcemente ella a la vez que se juntaba nuevamente a mí en un nuevo largo beso.
Ya más repuestos de la situación, sabía que no podíamos estar toda la tarde besándonos sin decir nada, y a pesar de siempre tener medida cada palabra antes de decirla, en aquella ocasión parece que me olvidé de eso y no pensé otra cosa en que decir más que:
— ¿Quieres ser mi enamorada Jessica?— y luego de decirlo me sorprendí de mí mismo, ya que no sabía en lo que me estaba metiendo. De repente solo había pasado eso producto del momento y ella no pensaba en iniciar ninguna relación. Pero en cuanto dije eso y lo pensaba sentí nuevamente sus labios en los míos.
— No me has respondido— pregunté torpemente.
— No lo sé— dije ella a la vez que me volvía a besar.
— ¿Cómo? ¿Cómo que no sabes?
— “Tontín”, ¿te parece que te voy a estar besando porque si? Claro que quiero ser tu enamorada.
— Felizmente, ya me estaba preocupando.
— Ay Jaime, si serás— dijo graciosamente ella a la vez que apoyaba su cabeza sobre mi pecho— Tengo un poco de frio— dijo mientras se acurrucaba más entre mi polera.
— Toma, póntelo por mientras— dije mientras aún no salía de mi asombro por todo lo que estaba pasando, en realidad creo que ni ella sabía lo que estaba pasando, pero me dio curiosidad por preguntarlo— ¿Sabías que esto pasaría?
— La verdad no sabía si iba a pasar, pero te juro Jaime que si hoy tú no me decías para ser enamorados, yo ya daba por descartada cualquier posibilidad de serlo, ha pasado tanto tiempo desde que estoy intentando decírtelo que hoy pensaba darme por vencida, pero ya vez, pasó.
— No entiendo, y entonces porque me decías hermanito y esas cosas que no significaban para mí otra cosa más que una barrera ante cualquier posibilidad entre ambos como enamorados.
— ¿De veras te pareció eso?— al parecer se sorprendió Jessica al oír eso— no pretendía hacerlo ver de esa manera, por el contrario trataba de darte un mensaje para ver si entendías que sentía algo más por ti.
— Bueno al parecer esa confusión hizo que todo esto se extienda más tiempo, pero me alegra que se haya dado antes que se venza el plazo— agregué en tono burlón.
— No me parece gracioso, no sabes lo triste que me hubiese puesto si hoy no me hubieses dicho nada. Sentía miedo que nada de esto hubiese pasado, porque hubiese sabido que no llegaría a pasar.
— Ya bueno, dejemos eso de lado y ya no lo pensemos, lo importante es que empezó y me alegra que se haya dado, porque también siento cosas por ti.
— Abrázame Jaime— y la abracé fuerte para que sienta mi calor en ese ya intenso frío.
— ¿así que no eran enamorados no?— volvió a pasar la pequeña que minutos antes nos habían interrumpido. Aquello despertó una carcajada de complicidad entre ambos.
— Jessica creo que mejor nos vamos, estás temblando y no quiero que te enfermes por mi culpa, total tenemos todo el tiempo por delante para hablar.
— Si Jaime vámonos, no tengo permiso más tiempo.
Paré un taxi y en el camino ambos abrazados mirábamos las fotos de mi cámara, de tanto en tanto nos besábamos y parecíamos dos escolares riéndonos de cualquier cosa, o al parecer riéndonos de lo inesperada que era la vida. Ella estaba a punto de retirarse a su casa con la desilusión de que entre ella y yo no pasaría nada y por mi parte, yo había ido ese día sin la intención de que nada de eso pase, me encontraba sorprendido de que hubiese pasado pero a su vez contento.
— Bueno Jaime me avisas cuando llegues a tu casa ¿Si?— dijo mientras me daba un beso de despedida.
— Está bien Jessica, te llamo.
Llegué a mi casa y me recosté en mi cama, cuando el sonido de mi celular hiso que salga de mis pensamientos, era Jessica.
— Felizmente que mi papá no estaba, así que todo bien por acá, te quiero mucho mi amor.
Leí aquellas líneas en la pantalla de mi celular y sentí un cosquilleo y algo extraño al leer esas palabras: “mi amor”, me sobrepuse y traté de corresponder el gesto: “yo también estoy bien, todo tranquilo. Espero tengas dulces sueños, te quiero mucho también.
Y así fue como inició todo.



















































































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