VOLVER AL PASADO
Por Jefferson Valdivia
CAPÍTULO I
Por Jefferson Valdivia
CAPÍTULO I
Sentado
en el cómodo sillón de cuero de mi departamento con vista a la ciudad, ciudad
que tanto quería y que había sido testigo de mi crecimiento y mi desarrollo, no
desprendía la mirada de la calle, por la que transitaban personas de buen vivir
(o por lo menos eso creía) prendí un cigarrillo dejando de lado mi vaso de
whisky, que de vez en cuando solía beber cuando pretendía relajarme un poco
antes de empezar a escribir.
Esta
vez sentía que era diferente, había algo que no me dejaba centrar mi atención
en una nueva historia, en una nueva aventura, algo que mis fieles lectores
disfrutaban mucho sea en mi publicación semanal en el diario con mayor
reputación o en mis libros que publicaba cada 6 meses y que tantas satisfacciones
me estaban dejando.
Ya
era tarde, relativamente tarde para una persona como yo, que poco o nada disfrutaba de las amanecidas sea
en casa o fuera de ella y que procuraba dormir las horas que sean necesarias
para mantener mi cerebro fresco y así seguir haciendo aquello que tanto me
gustaba hacer, escribir y leer. No había nada que me diese más placer que estas
dos palabras: escribir y leer, sin un orden de importancia, ya que ambas me
resultaban igual de importantes e igual de trascendentales. Pero esta vez era
diferente, había algo que por extrañas razones no me permitía descansar y que
hizo que el cigarrillo, al cual con las justas pude sentir para encenderlo, se
consuma en su totalidad sin darme cuenta alguna.
Eran
raras las veces que solía quedarme despierto hasta tan tarde, sólo lo había
hecho en pocas ocasiones, por ejemplo una noche antes de que mi primer libro “Una
huella en la vida” fuese presentado a nivel nacional, era lógico que los
nervios no me dejaron descansar. Luego recuerdo aquella noche donde tampoco
podía conciliar el sueño debido a que me encontraba enfermo, con altos grados
de temperatura y como era propio la calentura no me dejó descansar y me encontraba
yo solo en mi anterior habitación que parecía mofarse de mi situación y que fue
motivo para mudarme de ahí.
De
pronto recordé otra etapa de mi vida, aquella que creía cerrada, donde también
no por una sino por varias noches no lograba conciliar el sueño de una manera
normal. Traté rápidamente de borrar esos recuerdos, aquellos momentos que
quisieron apoderarse de mí nuevamente y que yo no podía permitir.
De momento
creí saber cuál era el problema, cuál era la razón que no me dejaba cerrar los
ojos para cómodamente descansar como solía hacerlo. Sentía que no podía
permitir que aquellos momentos del pasado nuevamente surjan y rebroten y acaben
hundiéndome nuevamente.
Ni por
un instante lo dudé, cerré las ventanas de mi departamento y me dirigía a mi
habitación para cambiarme. En el camino podía contemplar aquellas fotos mías
colgadas en la pared. Fotos con mis amigos de la Universidad, fotos con mi
promoción del colegio, fotos con algunos familiares que yo consideraba
importantes, aquella foto en la cual yo me encontraba sonriente y a mi lado
tenía a mis padres celebrando conmigo mi primer premio dado por el diario más
importante del país, en el premio aún se podía ver la inscripción Mejor Escritor del Año. Había visto
cientos de veces aquellas fotos cuando me dirigía de mi biblioteca instalada en
una de las habitaciones de mi departamento hacía el balcón donde me esperaba mi
cómodo sillón de cuero que me invitaba a contemplar las calles de este
tranquilo distrito. Esta vez todo aquello pasó desapercibido y me encontraba ya
en mi habitación poniéndome lo que tenía a la mano y salir a caminar en los
exteriores. Me cambié rápidamente no sin antes olvidar ponerme aquella chalina
que tantos años me había acompañado y que a mi madre no solía gustarle pero que
a mí aún me traía gratos recuerdos.
Fui
hacia el ascensor del edificio ubicado en una esquina estratégica que me
permitía contemplar las calles aledañas y un parque en el cual a veces solía
ver algunos niños jugando o a jóvenes paseando sus mascotas de vez en cuando,
pienso que con todo esto de la tecnología poco a poco se está perdiendo la
costumbre de ir a disfrutar del aire fresco, o no tan fresco en esta ciudad,
pero que de una manera u otra permitía despejarse.
Mientras
bajaba al primer nivel no pude evitar cruzarme con algunos vecinos que me
saludaban afectuosamente y que de mi parte, siempre he tratado de ser
respetuoso o por lo menos diplomático, recibían un saludo aunque sea por
educación a pesar de no conocer el nombre de ninguno y ellos conocer el mío de
memoria, algo a lo que ya me había acostumbrado.
Llegué
al primer nivel y me encontré con el portero del edificio, un señor de unos
sesenta y cinco años que no tardó en despertarse (ya que al parecer estaba
dormido por la hora) y dejando a un lado aquel típico radio a pilas que a pesar
del tiempo se seguía manteniendo, me saludó cordialmente al mismo tiempo que
presionaba aquel extraño tablero que permitía que las puertas se abriesen de
par en par:
-
Buenas noches señor, no pensé que saldría a caminar a estas
horas de la noche- me dijo un sexagenario Pepe Lucho.
-
Buenas noches Pepe Lucho, no te preocupes sólo iré a dar un
paseo por acá cerca, necesito estirar un poco las piernas- le dije
instintivamente, al mismo tiempo que procuraba no se me siga interrogando
porque no tenía ganas de seguir respondiendo.
-
Está bien señor, sabe que estaré acá las 24 horas para
atenderlo- dijo el noble Pepe Lucho. Un tipo venido de un pueblo del interior
del país y aunque parezca broma lo de las 24 horas, a veces pensaba que era
cierto ya que lo encontraba casi todo el día acá. Pero a pesar de todo esto era
un tipo trabajador, que hacía lo que podía por sacar su familia adelante y era
algo, que en el fondo admiraba de él.
CAPÍTULO II
Ya
a las afueras del edificio, volví a recordar por qué estaba así y como en mi
dormitorio, estaba con la consigna de no dejarme llevar nuevamente por aquellos
recuerdos que me recordaban una etapa que hasta ahora considero nefasta, pero a
su vez fundamental y que de una manera u otra influenció para ser quien soy el
día de hoy.
Encendí
el cigarrillo y me dirigí al parque, seguramente ya visitada por algunas
parejas acaloradas, que aprovechando la poca iluminación de los alrededores aprovechaban
para estar juntos y seguramente compartir un momento a solas.
Esta
vez esperaba no ser reconocido, pasar desapercibido en medio de la gente y
poder centrar mis pensamientos. No digo que no disfrute de los saludos
afectuosos y sinceros de la gente, por el contrario los disfruto y mucho, me
encanta ir por ahí siendo saludado por gente que te reconoce y que de inmediato
te diga frases de afecto. A lo largo de esta carrera improvisada de escritor me
he sabido ganar el cariño de la gente por ser un escritor humilde, pero humilde
de verdad, que a pesar de haber conseguido tanto, caminaba por las calles como
un ser que no hubiese conseguido nada. Y mis compatriotas podían sentir aquella
humildad, pero esta vez necesitaba estar solo y si decidí caminar fue para aislar
esos pensamientos de mí.
No
habré caminado ni dos cuadras cuando veía como a lo lejos un par de señoras que
al parecer también habían salido a caminar un poco, lograron reconocerme, no sé
si porque me vieron (algo que dudo por la poca iluminación de los alrededores)
o por mi chalina, aquella que también junto a mi había salido (en invierno por
supuesto) en fotografías tomadas por algunas revistas de literatura o en
algunas fotografías junto a la promoción de alguno de mis libros.
Traté
de esquivar a aquellas dos simpáticas señoras, pero no quería parecer
arrogante, por lo cual avancé lentamente esperando que en realidad no me hayan
reconocido, pero me equivoqué. Cerca ya de mí, una de ellas dio la iniciativa:
-
Pero si es Jaime Valenzuela- dijo una de ellas sorprendida,
como si minutos antes no me hubiese visto.
-
Que emoción verte por acá- dijo su acompañante, una señora de
unos cuarenta años calculo yo.
-
Buenas noches señoras, salí un rato a caminar, ustedes saben
que necesito relajarme un poco antes de escribir- atiné a decir esperando que
el encuentro sea corto y seguir mi camino.
-
Si, te entendemos y tampoco queremos interrumpirte más
tiempo- dijo la primera, al parecer consciente que no deseaba compañía en aquel
momento.- Pero antes de ello te pedimos por favor nos firmes un autógrafo.
Somos grandes admiradoras tuyas, y no hay fin de semana que no compremos el diario
para leer tus artículos.- Dijo la señora al parecer no comprendiendo en
realidad mis ansias de soledad.
-
Bueno si me lo dice de esa manera, como negarme- proseguí,
haciendo gala de aquella educación que había cautivado a mis lectores.-
Permítanme un papel para dedicarles una firma.
-
Justo acá tengo una libreta, siempre cargo esta libreta con
números de teléfono es que no entiendo bien eso de la tecnología y ya son
varias veces que me han robado mi celular- dijo la segunda señora sacando de su
bolso una libretita negra que parecía tener ya lista para la ocasión y un
lapicero esos de tinta líquida.
-
Para quién dedico la firma- dije, tratando de apresurar la
situación y salirme de inmediato de aquel ocasional encuentro que considero no
fue el adecuado.
-
Para Luisa y María- dijo rápidamente una de ellas sacando
algo de su bolso. –Pero mientras vas firmando por favor permíteme tomarte una
foto para que me crean que has sido tú quien ha firmado este papel- la señora que
no se si era María o Luisa o ninguna de ellas y me hacían firmar el papel para
otras mujeres, sacó de su bolso un celular inmenso, al parecer esos de la marca
Samsung y que no sabía si seguía
siendo un celular o más bien era una Tablet.
Sonreí
disimuladamente y firmé aquel papel Para
mis queridas amigas Luisa y María con cariño de su amigo Jaime Valenzuela sigan
leyendo mis libros y dejé mis iniciales característica de mis libros en la
parte inferior de la hora: “J.V.”. Le entregué la libreta a una de ellas y me
despedí con un beso en la mejilla de cada una, gesto que pareció agradarles y que
me permitió seguir mi camino aun aturdido un poco por el escandaloso brillo del
flash de la cámara de aquel celular o Tablet o lo que fuese.
Seguí
caminando por la calle, no era tan tarde al parecer para el resto, aunque para mí
si lo resultaba ser. Eran aproximadamente las 11:20 de la noche y había
movimiento aún por esta agitada ciudad que al parecer nunca descansa.
Llegué
a una cafetería, esas que no cierran y que durante las noches permiten la
visita de personas que parecen disfrutar del silencio de la noche o la soledad
de la misma. Me senté en una de las mesas, en la que solía sentarme
frecuentemente cuando iba por la mañana a tomar un buen café antes de empezar
mi rutina. Una atractiva señorita se me acercó a pedir la orden, era la joven y
bella Elisa, a veces solía trabajar en la mañana y otras veces en la noche, al
parecer esta vez le había tocado trabajar en el turno noche, me sonrió y con
una voz dulce y suave me dijo:
-
Señor Jaime, que sorpresa tenerlo por acá a estas horas, en
mi tiempo trabajando acá usted nunca había venido de noche- dijo una
sorprendida Elisa que tenía una libreta y un lapicero en mano dispuesta a apuntar
mi pedido.
-
Dime Jaime, solo Jaime por favor tampoco soy tan viejo- dije
sonriendo tratando de no alarmar la sorpresa de la muchacha que se seguía
preguntando seguramente que hacía por acá a estas horas.
-
Bueno Jaime, dime que te puedo dar- dijo la joven
predispuesta libreta en mano a apuntar mi pedido y atenderlo de inmediato.
-
Lo de siempre Elisa, un café cargado, aunque sé que no me va
a dejar descansar, algo que presumo de todos modos no iba a hacer hoy.
La joven
apunto mi pedido y se dirigió a atenderlo. Nuevamente regresé a lo que estaba,
y no pude alejar aquel recuerdo de aquellos años que ya daba perdido y que esta
vez parecían venir a mi memoria nuevamente.
Hasta
que de una vez por toda con el café humeando en la mesa y pasando su aromático
olor por mi olfato, me dije de una vez por todas que esto podía llegar a pasar soy consciente que esto tenía que pasar
nuevamente, no sabía cuándo pero por una extraña razón sabía que iba a volver,
y que tenía que estar listo para afrontar aquellos recuerdos de una etapa que
me dejó sinsabores, que me dejó enseñanzas pero que también me dejó heridas,
heridas que creía habían sanado pero al parecer varios años después se están
abriendo, como cuando los puntos de una operación quieren romperse y dejar la
herida al descubierto nuevamente.
No
me queda de otras, y creo haber encontrado la madurez emocional como para poder
regresar a aquel momento, a aquella etapa que nuevamente está de regreso, por
lo menos emocionalmente ha regresado. Recuerdo haber leído una vez, que el cerebro
asocia los recuerdos a las sensaciones, que si uno tiene un recuerdo sea grato
o desafortunado, éste traerá consigo aquellas sensaciones sentidas precisamente
en el momento en que ese recuerdo quedó en nosotros. Así que tengo que ser
fuerte para volver a recordar, o mejor dicho dejar que mi cerebro nuevamente
reproduzca aquella cinta que creía encajonada y que representa una etapa de mi
vida.
Voy
a volver a sentir, me dije dándome ánimos, seguramente me dolerán algunas cosas
y me alegrarán muchas otras, pero sabía que este momento podría llegar y ahora
estoy dispuesto a afrontarlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar...