miércoles, 7 de agosto de 2013

VOLVER AL PASADO (Capítulos 3, 4, 5 y 6)

CAPITULO III

Jaime Valenzuela nació en el seno de una familia de clase media, desde muy pequeño mostraba su gran interés por los libros. Sus padres don Antonio y doña Luisa solían inculcar esos hábitos de lectura en su hijo que no tardó en darles grandes satisfacciones. Veían con asombro como su pequeño Jaime armaba y desarmaba rompecabezas con tan corta edad y de una manera descomunal, algo que los llevó a pensar que su hijo sería diferente y no tardaron en encaminarlo para un camino plagado de conocimientos.
Veía con su padre documentales de historia, películas que todos disfrutaban en familia y aunque el pequeño Jaime no se mostró muy interesado en la Historia, no era impedimento para grabar todos aquellos conocimientos adquiridos constantemente. Le fascinaba como su padre tenía esa capacidad para inventar historias, en las reuniones familiares miraba maravillado como todos sus pequeños primos se reunían alrededor de don Antonio y escuchaban maravillados las historias que en ese momento él improvisaba, haciendo gala de esa gran creatividad. Sabía también que cuando don Antonio era pequeño decía una noche soñar algo y a la noche siguiente continuaba su sueño. Algo que cuando Jaime era pequeño escuchaba con asombro pero que años más tarde llegó a cuestionar, pero que todo aquello le marcó para también crear e improvisar en sus historias.
Cuando entró al colegio, uno en el que su madre trabajaba y le permitía tenerlo al cuidado constantemente, Jaime se sumergía en el mundo de los rompecabezas y de los libros, leía los pequeños cuentos que encontraba y cuando llegaba a su casa no dudaba en leer las famosas Fabulas de Esopo que le hacían sentir bien.
Acabó la primaria en uno de los mejores puestos del colegio, se mostró siempre interesado en la política y ya desde cuarto año de primaria mientras sus compañeros leían comics, él procuraba informarse leyendo periódicos de cierta reputación en el país. Disfrutaba de las reuniones familiares entre gente mayor, pues aprendía mucho de ellos. Le divertía cuando entre familiares se formaban las discusiones políticas y aunque muchas veces él sentía estar en la capacidad de intervenir de éstas, su timidez y su corta edad hacían que pase desapercibido, limitándose a escuchar como sus tíos se ofuscaban por defender sus respectivos puntos de vista.
Fue desde ahí que aprendió a pensar que hay tres cosas que no puedes hablar con un familiar o amigo: acerca de política, de religión o de fútbol.
Empezó la secundaria en un colegio público, y fueron cinco años que le dejaron grandes satisfacciones. Conoció a aquellos que serían sus amigos por el resto de su vida (o por lo menos hasta ahora) y que estuvieron con él en momentos gratos como también desafortunados y que le demostrarían su lealtad en aquella etapa turbulenta de su vida que años más tarde le iba a acontecer.

Acabó la secundaria de una manera satisfactoria y aunque le seguía gustando el leer y escribir procuraba escribir sólo para él, pues su timidez para hacer público algo que había escrito se lo impedía. Seguramente era el hecho que a esa edad uno no anda pensando en escribir o en andar debatiendo de política por ahí. A esa edad de colegio uno anda pensando en el enamoramiento, en el enamoramiento de otro, en la vida social y en otras actividades que propias de la edad muchas veces pretendían fulminar su inclinación por aquella pasión de la que disfrutaba.


CAPITULO IV

Acababa de tomar mi café y me percate que ya era tarde, pasada la medianoche y me di cuenta que estaba solo en la cafetería. Por un momento sentí que las señoritas que atendían esperaban a que me retirase para poder descansar aunque sea un momento y mis intenciones eran precisamente esas, retirarme.
Llamé a la simpática Elisa y al parecer ella esperaba que lo hiciese, viniendo presurosa con la cuenta en la mano. Sin mirar aquel papel saqué mi billetera y me paré de la mesa:
-         - Gracias Elisa, me retiro a tratar de descansar.
-        -  De nada Jaime, espéreme para darle su cambio- dijo la joven Elisa dirigiéndose a la caja.
-         - Descuida, quédate con el cambio- replique impaciente por salir y dirigirme a mi departamento nuevamente resignado a revivir aquella etapa turbulenta.
Hice un gesto de agradecimiento con las otras damas que correspondieron de igual modo. Crucé la puerta y esta vez ya veía menos gente que cuando ingresé. Siempre he sido desconfiado de las calles de Lima, a pesar de vivir actualmente en un lugar relativamente tranquilo, he arrastrado conmigo desconfianza del pasado que me hace caminar por las calles, siempre atento y al pendiente de que cualquier cosa pueda pasar. Esta vez era diferente, caminé presuroso por la acera y me dirigía rápidamente a mi departamento, sin importarme si alguien me reconocía o no, sólo me interesaba llegar a mi departamento, instalarme en mi cómodo sillón de cuero con vista a las calles desde mi balcón y dejarme llevar. No podía seguir reprimiendo todo aquello y tratar de seguir forzando sería en vano.
Al fin llegué al edificio donde estaba mi departamento, en el cuarto piso de aquel colosal edificio de vecinos que no se conocen entre sí y que pretenden ser lo más educados unos con otros.
Desde que era joven recuerdo como me proyectaba a tener mi propia casa, ya que veía en los departamentos un modo aburrido de vivir. Me gustaba tener mi propio espacio, sin compartir, para mí y mi familia. Siempre me decía que si quería hacer una fiesta en una casa iba a tener la libertad de poner la música que deseara y el volumen que se me antojase, cosa que muchas veces en los departamentos no se puede hacer porque tienes que soportar las quejas de algunos vecinos que no comparten tus mismas ideas. A pesar de que un tiempo viví en una casa, me pareció que el espacio de esta era excesivo y aunque algún tiempo disfrute de las reuniones con amigos y grandes fiestas con ellos, aquel estilo de vida me fue cansando al punto de llegar a aburrirme, es por ello que opté por mudarme a este cómodo departamento que me ofrecía el espacio y la comodidad para poder leer casi todo el día y escribir cuando se me antojase, un tipo de vida más tranquilo y considero más maduro. Aunque solía ir de vez en cuando a mi antigua casa y citaba nuevamente a mis amigos incondicionales del colegio o universidad y nos poníamos a conversar y escuchar música que escuchábamos en aquellos tiempos para recordar y sumergirnos nuevamente en aquellas etapas que quedan a un lado por el pasar de los años.
Llegué a la puerta del edificio y un cansado Pepe Lucho al parecer esperaba atento mi llegada, me saludó nuevamente y abrió la puerta del edificio. Le agradecí y sin intercambiar muchas palabras con él me dirigí al ascensor que parecía estar en el último piso del edificio. No podía esperar más y opte por subir por las escaleras, sólo deseaba llegar a mi departamento lo más antes posible.
Entré al departamento y encendí la luz, sentía un ambiente extraño pero lo ignoré. Me dirigí a mi habitación para ponerme algo cómodo ya que esos zapatos de cuero me estaban resultando incómodos a pesar que antes no lo habían hecho. En el camino encendí la radio y sonaba una de mis canciones favoritas lo cual me dio un poco de ánimos. Ya cambiado con ropa más ligera y cómoda me serví un vaso con agua para tratar de quitarme el sinsabor del café que al parecer por descuido o por otra cosa tomé minutos antes sin azúcar en la cafetería.
Ya instalado en mi cómodo sillón de cuero dejé el vaso a un lado y esperaba, en el fondo, poder conciliar el sueño haciendo un último intento por tratar de evitar esos recuerdos.
Pasé cerca de media hora haciendo intentos forzados por descansar, cerraba los ojos y trataba de dormir pero no podía.
Finalmente, como si estuviese presenciando una función de cine, aparecieron en mi mente imágenes reproducidas de aquellos momentos y sentía que la hora de recordar había llegado, era hora de volver al pasado.

CAPITULO V

A pesar que su pasión era la lectura y escribir, Jaime Valenzuela optó por seguir una carrera, que como muchos le habían dicho era rentable y también era una de esas carreras populares, que cuando se despliega la lista de carreras populares ésta aparece como una de las tradicionales, Jaime había optado por seguir Derecho, en una universidad pública, universidad que él eligió porque tenía un pasado político con el que él había sido simpatizante a escondidas ya que a pesar de todo no era una corriente política muy aceptada, sobretodo en este país.
Estando en la universidad conoció grandes amigos, era uno de los menores de todos ellos. Siempre se preguntaba con curiosidad porque la mayoría de mujeres eran todas menores y los hombres eran casi los mayores de la clase. Aun con todo conoció grandes personas que lo acompañaron como grandes amigos en toda su vida.
Había pasado un tiempo en la universidad y éste le bastó para darse cuenta que no le gustaba, no porque no le gustase estudiar, por el contrario era uno de los mejores alumnos de su clase, sino que en su experiencia como universitario y conociendo a diferentes universitarios de otras cosas de estudio, podía percibir que éstos eran vacíos, que no eran ambiciosos en el buen sentido de la palabra, todos apuntaban a trabajar en los mejores lugares y a nadie se le pasaba por la cabeza crear el mejor lugar, todos apuntaban a ganar los mejores sueldos, todos apuntaban a crearse una reputación, a ser respetados, etc. En general todos apuntaban a ser algo en la vida, cuando caso contrario él pretendía ser alguien. Esta manera de pensar era aquella que lo diferenciaba del resto, a pesar de no decir abiertamente todo aquello que pensaba porque sentía poder herir susceptibilidades, hacía cosas que le hacían pensar a la gente que él era diferente. Para algunos mejor, para otros peor, pero sin duda era diferente. Algunos lo llegaron a tachar de loco, no entendían su manera de ser y no la compartían, ya que seguramente todos tienen cosas superfluas en que pensar pero Jaime se tomaba el tiempo de ir más allá, de pensar más allá del resto, de visualizar más allá de lo que el común denominador visualizaba, dejando de lado los problemas, dejando de lado los prejuicios, pensaba como quería pensar y eso lo hacía diferente al resto, resto que en muchas ocasiones despertaba en él un sentimiento de pena y hasta de lástima. Sin duda él no quería ser parte de la corriente, sino nadar a un lado de ella y si es posible en contra de ella.
No era una persona con mucho interés por el dinero, a pesar que no le faltase, tampoco le importaba sino lo tenía. Su ambición iba más allá de eso, el dinero si bien es cierto le había dado felicidad en ciertas ocasiones, descubrió en el camino que habían otras cosas que lo motivaban más que llenar su cuenta bancaria con varios dígitos. Leía con admiración a grandes personajes de la historia, que fueron grandes no por tener millonarias cuentas bancarias, sino por que hicieron algo que el resto no se atrevía  a hacer, algo que los hacía diferentes al resto en todo sentido y aquello lo maravillaba.


CAPITULO VI

De pronto, como viviendo una película me trasladé a aquellos meses que marcaron mi vida de una manera que no esperaba. Pude verme varios años atrás (algo que dibujó una sonrisa en mi rostro), veía también a mis amigos, a mis padres y familiares. Empezaba a recordar con entusiasmo aquellos meses de mi vida que a primera instancia me hicieron sentir alegría, de pronto empecé a recordar, tenía veinticuatro o veinticinco años y las cosas venían marchando bien, era joven y me gustaba vivir, salir con mis amigos y disfrutar de las reuniones sociales a las que acudía constantemente.
No era un escritor consolidado como ahora, en realidad ni siquiera había empezado a escribir, sólo me dedicaba a leer y leer y la escritura era algo que sabía que me podía demandar más tiempo por lo que omitía esa parte, reprimiendo un pasatiempo que solía practicar cuando estaba en tiempos de colegio y tenía más tiempo disponible. Quedaba maravillado de ver como la mente podía trasladarme a aquellas etapas y hacerme sentir la algarabía que en ese entonces tenía.
No voy a mentirme, me gustaba ese ritmo de vida, por lo menos en ese entonces era así. Estaba acostumbrado a que las cosas me salgan bien, hacía lo que se me antojaba y sentía que aquello que tenía en la cabeza, tarde o temprano se volvía una realidad para mí.
Veía a mis padres algunos años más jóvenes, a mi madre Luisa la contemplaba nuevamente tan jovial ella, maestra de colegio con un carácter especial, siempre tratando de engreírnos y tratando de ser lo más hospitalaria con cualquier invitado que llegase de manera prevista o no a mi casa.
Por otro lado mi padre, Antonio Valenzuela, también podía verlo en esos recuerdos, una persona capaz de leer un libro por día y que gozaba de una memoria implacable. Tenía sus negocios en Colombia, país al que había ido unas dos o tres veces antes de hacerme escritor y hacer mis giras por Latinoamérica presentando mis libros. Estaba también mi hermano mayor Ricardo, una persona que disfrutaba de la música y que no había tardado mucho tiempo en formar su propia banda de rock, sonidos que en ocasiones me perturbaban y no me dejaban hacer mis cosas, siempre se mostró como un rebelde, como el rebelde de la familia por lo que digámoslo así, había cierto favoritismo de mis familiares hacia mi persona.
Y como olvidar a mi buen amigo, Snoopy, un perro chusco que compramos varios años atrás con mi padre y mi hermano en una avenida muy transitada de la ciudad. Era un perro muy engreído, pero a su vez muy astuto, parecía saber lo que quería y era capaz de hacer cualquier cosa con tal de lograr que se le engriera. Muchas veces nos hizo renegar, pero lo que me gustaba de él es que era un perro bien listo, por lo general siempre he tenido inclinación por los perros chuscos porque me parecen más astutos, más despiertos y eso es algo que me llama la atención. Más de una vez me enfrasqué en peleas con mi perro, con el que solía jugar y luego acabar peleándonos de verdad a tal punto de acabar en el suelo y al parecer él parecía resentirse luego de terminada cada batalla. Era algo parecido que pelear con mi hermano mayor, aunque nunca hemos llegado a los golpes (que yo recuerde) pero las peleas verbales eran feroces, a pesar de no ser una persona que haya tenido cierto gusto por los estudios, tenía una gran capacidad para aprender, algo que resultaba ser positivo pero no siempre, ya que tenía un don innato para dar la contra y para exasperar a las personas si él se los proponía. Pasó un buen tiempo en el Ejército Peruano, empujado por mi padre Antonio que no toleraba que su hijo fuese un artista, un músico, ya que veía en eso un sinónimo de vagancia, algo que no tenía futuro, por lo que no dudo en contactarse con un primo suyo en el Ejército y enrolar a su hijo por dos años, algo que en vez de ayudar terminó creando un creciente rencor en Ricardo y cierto sentimiento de sentirse traicionado por aquella persona que creyó iba a apoyar sus ideales hasta el final.
Podía ver también, las veces que fui a Colombia, aquella primera vez que me tocó abandonar mi querido país para ir con mi padre a aquel lugar nuevo para mí, aunque disfruté de una gran hospitalidad por parte de los hermanos colombianos, mi primera visita sólo duro un mes, por lo que yo cursaba el colegio y tenía que regresar nuevamente.  La segunda vez fue diferente, ya había acabado la secundaria y quería darme un respiro de aquella etapa de once años ininterrumpidos entre la primaria y la secundaria. Esta vez fui por más tiempo, cerca de un año, que por cierto también contribuyó mucho a mi crecimiento como persona. Gané mi primer sueldo ayudando a mi padre Antonio y con ello cuando regresé a Lima abrí mi primera cuenta bancaria y empecé a ahorrar mi dinero.
También pude ver a algunos amigos, que si bien es cierto sigo viendo frecuentemente, verlos con varios años menos era algo cómico, tanto han cambiado los tiempos me preguntaba mientras iba recordando a aquel grupo de colegio, que sin pensarlo me seguían acompañando y solíamos juntarnos de vez en cuando para seguir haciendo las mismas cosas que hacíamos cuando teníamos dieciséis o diecisiete años, eran las únicas personas con las que volvía a sentirme inmaduro nuevamente, infantil, como un chiquillo. Ahí veía claramente a mis viejos amigos, a José al que desde el colegio le pusimos como apodo el nombre de un animal y que luego de haber estudiado a medias entre tres o cuatro carreras, finalmente optó por una que le llevaría a ser un importante hombre de negocios en la capital. También estaba mi buen amigo Erick que ahora es un actor consagrado en el medio y que continuó sus estudios fuera del país por un tiempo, pero que eso no deterioró en lo más absoluto nuestra amistad, también Andrés un reconocido ingeniero al que ya estaba acostumbrado a ver en algunas revistas y publicidades de conferencias y mi amigo César que es actualmente un importante doctor en matemáticas en una de las mejores universidades privadas del país.
Y luego de ir recordando, sin dejar la sonrisa a un lado, a mis viejos amigos y familiares, llegó el momento de recordarla a ella, la persona que sin saberlo seguramente había marcado un antes y un después en la vida de este reconocido escritor. La sonrisa se me borró del rostro. 

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