Por Jefferson Valdivia
Aprovechando mis días inesperados de vacaciones, decidí salir un rato de mi casa. Era temprano en la mañana, como era de costumbre, sigo teniendo dificultades para dormir placenteramente como muchos, a los cuales envidio, que tranquilamente pueden pasar días durmiendo y aún con todo siguen teniendo sueño.
Recordé que tenía algunas cosas pendientes que hacer, entendí a su vez que no podía desaprovechar estos días libres ya que probablemente no los volvería a tener hasta el otro año. Desayuné sanamente, corrí por quince minutos, me di un duchazo y me dispuse a salir.
El centro de Lima era mi lugar de destino, aquel lugar por el que tantas veces había pasado y que por primera vez me detenía a ver y contemplar en cada una de sus calles, unas más agradables que otras como es de conocimiento general. Esconde tanta historia y vida en sus avenidas que resulta curioso el estado actual, ciertamente estrepitoso, en el que se encuentran sus rincones.
Después de caminar varios metros, finalmente te volví a encontrar. No negaré que no esperaba sentir lo que en ese momento sentí, fueron varios meses sin haberte visto, sin saber nada de ti por ningún medio y tenerte frente a mi después de tiempo fue extraño.
Estabas a varios metros de mi posición, rodeada de personas a las cuales trataba de identificar para ver si reconocía, pero no logré identificar a ninguna. Tímidamente me fui acercando mientras varios recuerdos se me venían a la mente. Aquella calle por la que tantas veces caminé, recuerdos de aquellos años que pasamos juntos, recuerdos de los momentos que pasé por ahí, a las personas que conocí gracias a ti. Tengo que confesar que te guardo mucho cariño y un agradecimiento eterno, a pesar de las altas y bajas creo que aprendí más de lo que esperaba aprender. Nuestro alejamiento no fue en vano, porque aprendí a valorarte y sobretodo a extrañarte, pues fuiste testigo de varios años de mi vida y a pesar que algunos no hayan aprendido a valorarte como yo lo hice, hoy más que nunca estoy seguro de lo mucho que vales.
Pero todo no pudo ser nostalgia, porque luego de ese encuentro, seguramente nos volveremos a ver más seguido, pues entraré a otra etapa de mi vida, que gustosamente encararé junto a ti, porque no me sentiría cómodo sino fuese así.
Querida Facultad de Contabilidad, luego de varios meses recorrí cada uno de tus pasillos y vi estampado en uno de ellos mi nombre en aquella majestuosa placa por los cincuenta años de creación, y ahora que entraré en mi proceso de titulación, nada me da más satisfacción que sea en mi alma mater, a la que tanto le debo y a la que tanta alegría me da volver.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar...