Muchas veces me he preguntado porque anteriormente cuando tuve la oportunidad de ir a Cuzco no lo hice. Pasaron cerca ya de 23 años y aún la pregunta no encontraba respuesta.
Junio del 2014. Seguramente venía atravesando los mejores momentos hasta ahora en mi vida profesional. Disfrutaba mi trabajo, me gustaba lo que hacía y me empeñaba por seguir haciéndolo de esa manera, pero algo más pasaba. Había algo más que a pesar de estar pasando por un buen momento a mi corta edad me dejaba un sinsabor que me hacia sentir una nostalgia repentina, por alguna extraña razón me sentía fuera de mi mismo, sentís que las cosas no estaban bien a pesar de aparentemente estarlo.
El viaje a Arequipa seguramente me ayudo a encontrar esa respuesta; mi vida se estaba manejando de una manera desordenada. Tenía 22 años y llevaba el ritmo de vida tan acelerando que por momentos creía tener más. Solía aplacar mi estrés fumándome un cigarrillo, teniendo una vida de full juergas y diversión los fines de semana, no me detenía por nada del mundo. De lunes a domingo tenía los cerca de 24 horas diarias en su mayoría, llenas de actividad.
No sentía la necesidad de tomarme unas vacaciones, pero el momento se había programado y tenía que hacerlo.
No tengo una concepción muy clara de lo que es el destino y por momentos no se sí creer en el o no, pero lo que sí es cierto y puedo firmarlo, es que en mi destino, escrito por alguien o escogido por mi mismo, el momento de ir a Cuzco había llegado.
Alisté maletas, me organizaron el viaje (ya que por tiempo no pude organizarlo yo mismo) y me enrumbé hacia el tan cotizado Cuzco, conocido mundialmente por albergar en sus territorios a una de las 7 maravillas del mundo.
Cuatro de la mañana del primer día. Me encontraba con mi maleta y mi mochila en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez. Aunque a la partida seguía sintiendo ese sinsabor, a medida que iban pasando los minutos el presentimiento de que algo bueno venía se iba apoderando de mi.
El aterrizaje en la ciudad del Cuzco fue una de los más espectaculares que pude ver, la altura era tanta que por un momento veía las nubes, luego las montañas verdosas y en breves minutos el avión iba tocando suelo cuzqueño. El clima era frío, frío que podía ver claramente el humo que salía de mi boca mientras pronunciaba palabra alguna, el aire era puro, tan puro que sentía como mis pulmones agradecían cada inhalación que daba.
El hotel donde me iba a hospedar era sencillo, pero eso no me interesaba, no había ido hasta Cuzco para echarme a dormir, por lo que ni bien deje mis cosas, me puse mi mochila y dejando de lado el sueño que tenía me enrumbé a lo desconocido.
Me sentía bien, me sentía realmente bien. Me sentía un desconocido, rodeado de personas desconocidas, en un lugar que nunca antes había conocido. Era aquello lo que tanto necesitaba, era ese anonimato el que estaba buscando, no era el auditor de Lima que estaba visitando un cliente, no era el familiar que había ido de viaje a encontrarse con sus parientes. No era nadie, no era nada más que un mochilero con una botella de agua y unas cuantas frutas en la mochila caminando por lugares que no sabía a donde me iban a dirigir y visitando lugares que datan de cientos de años atrás. Cada lugar que visitaba albergaba historia, contenía un misticismo que me fascinaba. La historia no se ha hecho para apreciarla y estudiarla, la historia se ha hecho para vivirla a través de los obras que en una ciudad como Cuzco uno puede encontrar.
Pero el plato fuerte, el objetivo principal por el cual yo buscaba ir a Cuzco, independientemente del
gran título que merece una Maravilla Mundial, era Machu Picchu. Era el lugar que yo necesitaba visitar, no para llenar mi Facebook de fotos, sino por la energía que se concentra en ese lugar y de la cual yo quería ser testigo.
Me senté en la soledad de un espacio que me permitía la vista a la maravilla que estaba presenciando, podía estar por horas en la misma posición contemplando cada metro que tenía a mi alrededor, cerré los ojos y entendí el porque había esperado tengo tiempo para ir a Cuzco, mis preguntas encontraron respuestas y estas respuestas fueron muy claras, aquella nostalgia que me embargaba se discipó y abrió paso a una renovación que antes no había sentido, a comprender el verdadero sentido de lo que estaba haciendo y de lo que tenía que hacer. En la soledad de mis pensamientos con una vista que dibujaba frente a mi la perfecta sincronización entre la creación de Dios y la creación del hombre, encontré la renovación espiritual que estaba buscando y el mensaje tan claro que encontré flotando en el misticismo de una de las maravillas del mundo: las personas van y vienen, momentos como ese quedan grabados para toda la vida.
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