sábado, 8 de diciembre de 2018

¿Por qué auditoría?



Año dos mil diez, entraba a mi segundo año de universidad y tuve la oportunidad de llevar un curso de doctrinas contables en mi agenda. Hasta ese entonces no sabía que podía encontrar ahí ni los temas que íbamos a tratar. Me tocó llevar el curso con un profesor al cual respeto mucho, las primeras clases trataron de la historia de la contabilidad, alucinantemente redactado para llegar desde la historia del ser humano hasta el momento en el que Luca Pacioli diseñó uno de los principios contables más antiguos: la partida doble.

Aquel curso me interesó bastante, porque nos llevó a entender por qué realmente la contabilidad era una ciencia; con principios contables, con normas internacionales, con un sinnúmero de textos que sobrepasan aquello que muchas personas pueden entender por contabilidad: un simple llenado de libros contables para una declaración de impuestos. El curso me permitió entender lo que realmente debería de entender para saber que lo mío no estaba en las leyes tributarias  ni en los llenados de libros contables, ni en los llenados de los famosos PDTs (con el debido respeto por supuesto de aquellos que lo hacen ya que es parte de la contabilidad). Me interesaba mucho leer los principios, las normas, todo aquello que me permitía decir: la contabilidad es ciencia.
Año dos mil doce, ya había hecho algunas prácticas pre profesionales y me encontraba trabajando en un estudio contable, un ambiente donde normalmente todos los que estudian contabilidad se inician. Para ese entonces, ya me había interesado mucho en probar con una firma de auditoría, de aquellas que son las llamadas “Big Four”; las cuatro firmas de servicios de auditoría y consultoría más importantes del mundo, con sede en casi todos los países del planeta y Perú no era la excepción.
Tal vez pocos lo saben, pero en ese entonces no me encontraba pasando un buen momento anímico y tal vez mis compañeros más cercanos de universidad lo conocían bien pues fueron mis cómplices en el salón y saliendo de clases, de esas largas charlas donde tengo que reconocer, se volvieron en un gran motivo para ir a clases, y es que muchas veces sólo se ve la punta del iceberg pero no todo lo que hay debajo. A pesar de todo ello, pude iniciar con mucho entusiasmo mi último año de universidad.
Año dos mil trece, aún con los ánimos reflotando, me encontraba buscando trabajo. Tal vez por un momento había descartado mi postulación a un big four ya que no me sentía al cien por ciento de mí mismo y todo tiene un momento y un lugar en la vida.
Recuerdo claramente que en una de esas entrevistas me encontraba regresando a mi casa en un bus verde y grande (la famosa 73 B) que me llevaba desde Miraflores hasta mi casa en Los Olivos, escuchando música en la parte izquierda del bus, casi al medio de ese largo vehículo que día a día transportaba a una gran cantidad de limeños a sus destinos, cuando de pronto el bus se detuvo entre la Javier Prado y la Calle Ollanta en San Isidro. No había mucho tráfico y no había mucha gente en el bus, sin embargo era un día soleado, pero a pesar de ello sentí una gran sombra sobre el vehículo. Levanté la mirada y pude ver aquel edificio verde de quince pisos postrado a nuestro lado, el bus avanzó y mientras más se alejaba pude ver por el reflejo el nombre en el techo, era KPMG, una de las cuatro firmas de las que había leído en la universidad.
Curiosamente entré a internet para ver su página web y ver si realmente se trataba de la firma que había visto. Efectivamente pude confirmar que se trataba de ella. Todo el camino de regreso a casa, aproximadamente una hora más de viaje, me puse a pensar dentro de mí si realmente era el momento y el lugar adecuado para animarme, las clases de la universidad estaban cerca y pensé si tal vez aquel era el empujón anímico que necesitaba para demostrarme que podía hacer las cosas, que estaba  de vuelta nuevamente.
Llegué a mi casa y volví a entrar a la web, a la sección de búsqueda de empleo, traté de redactar mi mejor currículum vitae y dudé por un momento si debía enviarlo o no. Pasaron varios minutos mientras que en ese entonces, mi perro Scott seguía sentado a mi lado curioso mirando la pantalla y mirándome a mí. Finalmente me animé y envié mi CV, el objetivo era claro: quería saber que era la auditoría desde adentro, desde la práctica, desde el día a día.
No sabía si me iban a llamar o no, sabía que a una big four postulan de todas las universidades de Lima e inclusive del país. Pasaron algunas semanas cuando mi celular sonó, era para una entrevista de trabajo en la oficina. Me encontraba muy nervioso aquel día, no le comenté a nadie que me habían llamado, y a pesar del agobiante sol tomé nuevamente la “73B” y me dirigí a la oficina. Subí al piso 10 y me esperaban en una de las salas. Recuerdo mucho aquella entrevista, sobretodo porque luego de conversar unos minutos con la persona que me estaba entrevistando, me di con la sorpresa que lo que por el momento estaban buscando por ese entonces era a un practicante para el área de contabilidad. Me explicaron que los practicantes para el área de auditoría ya habían iniciado en el mes de enero de ese año y pues por el momento la vacante disponible era para practicante de contabilidad. En un primer momento me sentí extraño, se me hizo un nudo en la garganta pero a la par sentí también una gran emoción que me hayan llamado y considerado para esa vacante, viniendo de una firma tan importante como ella. No dudé un segundo en mencionar, tímidamente, que mi intención era entrar a auditoría, pero sin embargo estaba agradecido por la oportunidad, pero vi una luz dentro de todo, puesto me comentaron que si había la oportunidad iban a tener en cuenta mi solicitud, nos despedimos con una estrechada de manos y me dijeron, como es propio de esos casos, que cualquier cosa me estarían llamando.
Salí de ese gran edificio de vuelta al paradero para irme de regreso a casa, con muchas dudas e incertidumbre de qué es lo que iba a pasar luego: si volvería a ser llamado, de si haber mencionado que auditoría era mi intención hubiese puesto punto final a cualquier intención de ocupar la vacante actualmente disponible o si ese fue mi paso fugaz por una de las big four.
Pasaron algunos días cuando mi celular volvió a sonar. Eran de KPMG, me dijeron que habían evaluado mi entrevista y si estaba interesado en iniciar como practicante de contabilidad, propuesta que no dudé en aceptar puesto en el fondo sabía que cosas buenas podían venir. Me dieron la fecha de inicio y la persona de contacto.
Llegué con mucho entusiasmo a mi primer día, me hicieron entrar al piso 2 y me presentaron al equipo de contabilidad, un equipo maravilloso de personas a las cuales recuerdo con mucho cariño ya que compartimos muchas cosas y muchas vivencias en el tiempo que pude trabajar con ellos, algo que al día de hoy recuerdo con mucha nostalgia. Pero algo muy bueno estaba por venir.
Noviembre del dos mil trece, me encontraba trabajando en el espacio en el que estaba asignado cuando de pronto me llamaron de recursos humanos. Tengo que reconocer que me sentí nervioso, no sabía que podía haber pasado, no sabía si había hecho algo mal o cual era la razón por la que alguien de recursos humanos me podría estar llamando.
Me hicieron pasar a la oficina de la gerente de recursos humanos, me pidieron que cerrara la puerta y los nervios se apoderaron de mí. Mostré una sonrisa nerviosa y la gerente de recursos humanos la correspondió. La conversación no tuvo tiempo para rodeos y luego de una breve introducción me dijo que habían evaluado mi caso y pues había la oportunidad en que pueda pasar a auditoría, dado que había una vacante disponible y dado mi interés en poder estar ahí, la pregunta era si me encontraba interesado en aceptar este nuevo reto.
Me quedé paralizado, reí nerviosamente de nuevo y sentí un nudo natural en la garganta. Mayor fue mi sorpresa aún al enterarme que el puesto no era para practicante de auditoría sino para asistente 1 de auditoría, algo que me puso mucho más nervioso aún ya que nunca había tenido experiencia en el área y era natural que esperaba empezar desde practicante, como casi todos. Sin embargo la confianza depositada en mí en ese momento me dio ese empujón que necesitaba para decir: si acepto, como quien va al altar en uno de los seguro, momentos más felices de su vida, pero desde un punto de vista profesional.
Luego de haber escuchado todos los beneficios que iba a recibir y las consideraciones que tenía que tener en cuenta, salí de la oficina y mis compañeros del área me felicitaron, tal vez porque sabían cuánto deseaba eso. Recuerdo que salí del piso 2, puse el ascensor al piso 15 de la oficina y (no pensé en aventarme desde luego) miré toda la avenida, desde lo alto del edificio, era increíble lo que estaba pasando ese año, donde meses atrás al inicio, me encontraba con los ánimos bajos y desganado, y unos meses después estaba ahí, en auditoría, en lo que había deseado tanto. Me tomé unos momentos para asimilarlo, sentí que todo lo que había pasado se fue y que realmente todo tiene su momento y lugar, y en mi caso todo estaba encajando perfectamente dado que ya me encontraba acabando la universidad.
Para mi buena suerte ese día no tenía clases ya que había adelantado cursos en verano, por lo que tomé un taxi y me fui a Plaza Norte, entré a una tienda de ropa de vestir y con algunos de mis ahorros me compré un terno. Sentí como si hubiese ingresado a la universidad nuevamente, como si fuese un futbolista a punto de jugar la Champions League, o como un astronauta a punto de salir al espacio después de meses de preparación.
Al día siguiente llegué muy temprano a la oficina, como era ya de costumbre, subí al piso 2 y aún no había nadie (era demasiado temprano) esperé a que todos llegasen y me enviaron al piso 9. Entré, vi a algunos encargados (ya que la gran mayoría se encontraban en clientes) vi a los socios en sus oficinas y a los gerentes caminando de un lado a otro entre llamadas y correos. Era como un niño en su primer día de clases, me presentaron al primer gerente que conocí en la oficina y al cual hasta el día de hoy, a pesar que ya no esté, le guardo mucho respeto y admiración y luego de haber estado algunos minutos conversando con él me enviaron a mi primer cliente.
Diciembre del dos mil dieciocho, ya han pasado un poco más de cinco años desde que inicié esa gran aventura, ya han pasado un poco más de cinco años desde que un sinnúmero de experiencias y vivencias que son dignas de un libro aparte pasaron, ya han pasado un poco más de cinco años desde que por primera vez pisé el piso 9, ya han pasado un poco más de cinco años donde he venido conociendo una gran cantidad de excelentes profesionales y mejores personas, un poco más de cinco años donde he tenido oportunidad de aprender tanto cada día que ya no puedo cuantificarlo, ya ha pasado un poco más de cinco años de altos y bajas, de adrenalina, de estrés, de compañerismo, de equipo, de trabajo, de compromiso, de sacrificio, de entusiasmo, de ojeras, de sueño, de amanecidas, de fiestas, de parrillas, de tanto y tanto que exceden un post. Ya ha pasado un poco más de cinco años, desde que puedo decir que sigo aprendiendo y creciendo en una de las cuatro firmas de auditoría más importantes del mundo.
Tal vez pocos lo saben y tal vez pocos lo crean, pero sin embargo hubo un momento en el cual quise dejar esto, quise dar un paso al costado no porque me dejó de gustar lo que hago sino porque pasó algo que casi me hace tomar esa decisión, pero hubo una persona que me empujó a seguir y tal vez hoy profesionalmente le debo parte de todo esto. Ha pasado un poco más de cinco años y aquella decisión de continuar me hizo crecer desde asistente hasta supervisor de auditoría y esa fue la mejor decisión que tomé. Ha pasado un poco más de cinco años desde que me sentaba y me siento como participante de grandes cursos, hasta tener la oportunidad de dictarlos, de tratar de aportar con la humilde experiencia que he ido ganando el conocimiento con otros profesionales que se siguen formando. Tener la oportunidad de volver a mi universidad, al imponente paraninfo del local central a animar a más estudiantes a través de estas vivencias a que se sumen a este camino y ver en ellos la misma ilusión con la cual yo me inicié. A transmitir estas vivencias de las revisiones anuales de calidad, a compartir con gerentes y socios debates de metodología y normas que en un momento eran impensados y que hoy son una realidad, a compartir oficina día a día con los mejores profesionales del rubro, a asistir continuamente a reuniones con gerentes generales o comités de auditoría y a salir vivos de cada campaña de auditoría.
Muchas veces me han preguntado, ¿por qué seguir? ¿Por qué no dar un paso al costado y buscar otro tipo de cosas que hacer? ¿Por qué no buscar algo propio? La respuesta es muy sencilla y lo pongo de la siguiente manera: ¿Por qué pedirle a un futbolista que deje de jugar futbol? ¿Por qué pedirle a un chef que deje de cocinar? ¿Por qué pedirle a un niño que deje sus juguetes a un lado? ¿Por qué pedirle a un escritor que deje de escribir?
No puedes pedirle a alguien que disfruta lo que hace que deje de hacerlo, ya que tal vez el día que deje de disfrutarlo, será el día que dé un paso al costado. Por ahora la consigna en este negocio es clara, no importa que tan bueno seas o te consideren, siempre habrá alguien mucho mejor que tú, y mientras eso pase aún no encuentras el límite.

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