Año dos mil
diez, entraba a mi segundo año de universidad y tuve la oportunidad de llevar
un curso de doctrinas contables en mi agenda. Hasta ese entonces no sabía que
podía encontrar ahí ni los temas que íbamos a tratar. Me tocó llevar el curso
con un profesor al cual respeto mucho, las primeras clases trataron de la
historia de la contabilidad, alucinantemente redactado para llegar desde la
historia del ser humano hasta el momento en el que Luca Pacioli diseñó uno de
los principios contables más antiguos: la partida doble.
Aquel curso
me interesó bastante, porque nos llevó a entender por qué realmente la
contabilidad era una ciencia; con principios contables, con normas
internacionales, con un sinnúmero de textos que sobrepasan aquello que muchas
personas pueden entender por contabilidad: un simple llenado de libros
contables para una declaración de impuestos. El curso me permitió entender lo
que realmente debería de entender para saber que lo mío no estaba en las leyes
tributarias ni en los llenados de libros
contables, ni en los llenados de los famosos PDTs (con el debido respeto por
supuesto de aquellos que lo hacen ya que es parte de la contabilidad). Me
interesaba mucho leer los principios, las normas, todo aquello que me permitía
decir: la contabilidad es ciencia.
Año dos mil
doce, ya había hecho algunas prácticas pre profesionales y me encontraba
trabajando en un estudio contable, un ambiente donde normalmente todos los que
estudian contabilidad se inician. Para ese entonces, ya me había interesado
mucho en probar con una firma de auditoría, de aquellas que son las llamadas “Big
Four”; las cuatro firmas de servicios de auditoría y consultoría más
importantes del mundo, con sede en casi todos los países del planeta y Perú no
era la excepción.
Tal vez
pocos lo saben, pero en ese entonces no me encontraba pasando un buen momento
anímico y tal vez mis compañeros más cercanos de universidad lo conocían bien
pues fueron mis cómplices en el salón y saliendo de clases, de esas largas charlas
donde tengo que reconocer, se volvieron en un gran motivo para ir a clases, y
es que muchas veces sólo se ve la punta del iceberg pero no todo lo que hay
debajo. A pesar de todo ello, pude iniciar con mucho entusiasmo mi último año
de universidad.
Año dos mil
trece, aún con los ánimos reflotando, me encontraba buscando trabajo. Tal vez
por un momento había descartado mi postulación a un big four ya que no me
sentía al cien por ciento de mí mismo y todo tiene un momento y un lugar en la
vida.
Recuerdo
claramente que en una de esas entrevistas me encontraba regresando a mi casa en
un bus verde y grande (la famosa 73 B) que me llevaba desde Miraflores hasta mi
casa en Los Olivos, escuchando música en la parte izquierda del bus, casi al
medio de ese largo vehículo que día a día transportaba a una gran cantidad de
limeños a sus destinos, cuando de pronto el bus se detuvo entre la Javier Prado
y la Calle Ollanta en San Isidro. No había mucho tráfico y no había mucha gente
en el bus, sin embargo era un día soleado, pero a pesar de ello sentí una gran
sombra sobre el vehículo. Levanté la mirada y pude ver aquel edificio verde de
quince pisos postrado a nuestro lado, el bus avanzó y mientras más se alejaba
pude ver por el reflejo el nombre en el techo, era KPMG, una de las cuatro
firmas de las que había leído en la universidad.
Curiosamente
entré a internet para ver su página web y ver si realmente se trataba de la
firma que había visto. Efectivamente pude confirmar que se trataba de ella.
Todo el camino de regreso a casa, aproximadamente una hora más de viaje, me
puse a pensar dentro de mí si realmente era el momento y el lugar adecuado para
animarme, las clases de la universidad estaban cerca y pensé si tal vez aquel
era el empujón anímico que necesitaba para demostrarme que podía hacer las
cosas, que estaba de vuelta nuevamente.
Llegué a mi
casa y volví a entrar a la web, a la sección de búsqueda de empleo, traté de
redactar mi mejor currículum vitae y dudé por un momento si debía enviarlo o no.
Pasaron varios minutos mientras que en ese entonces, mi perro Scott seguía
sentado a mi lado curioso mirando la pantalla y mirándome a mí. Finalmente me
animé y envié mi CV, el objetivo era claro: quería saber que era la auditoría
desde adentro, desde la práctica, desde el día a día.
No sabía si
me iban a llamar o no, sabía que a una big
four postulan de todas las universidades de Lima e inclusive del país. Pasaron
algunas semanas cuando mi celular sonó, era para una entrevista de trabajo en
la oficina. Me encontraba muy nervioso aquel día, no le comenté a nadie que me
habían llamado, y a pesar del agobiante sol tomé nuevamente la “73B” y me
dirigí a la oficina. Subí al piso 10 y me esperaban en una de las salas. Recuerdo
mucho aquella entrevista, sobretodo porque luego de conversar unos minutos con
la persona que me estaba entrevistando, me di con la sorpresa que lo que por el
momento estaban buscando por ese entonces era a un practicante para el área de
contabilidad. Me explicaron que los practicantes para el área de auditoría ya
habían iniciado en el mes de enero de ese año y pues por el momento la vacante
disponible era para practicante de contabilidad. En un primer momento me sentí extraño,
se me hizo un nudo en la garganta pero a la par sentí también una gran emoción
que me hayan llamado y considerado para esa vacante, viniendo de una firma tan
importante como ella. No dudé un segundo en mencionar, tímidamente, que mi
intención era entrar a auditoría, pero sin embargo estaba agradecido por la
oportunidad, pero vi una luz dentro de todo, puesto me comentaron que si había
la oportunidad iban a tener en cuenta mi solicitud, nos despedimos con una
estrechada de manos y me dijeron, como es propio de esos casos, que cualquier
cosa me estarían llamando.
Salí de ese
gran edificio de vuelta al paradero para irme de regreso a casa, con muchas
dudas e incertidumbre de qué es lo que iba a pasar luego: si volvería a ser
llamado, de si haber mencionado que auditoría era mi intención hubiese puesto
punto final a cualquier intención de ocupar la vacante actualmente disponible o
si ese fue mi paso fugaz por una de las big
four.
Pasaron
algunos días cuando mi celular volvió a sonar. Eran de KPMG, me dijeron que
habían evaluado mi entrevista y si estaba interesado en iniciar como
practicante de contabilidad, propuesta que no dudé en aceptar puesto en el
fondo sabía que cosas buenas podían venir. Me dieron la fecha de inicio y la persona
de contacto.
Llegué con
mucho entusiasmo a mi primer día, me hicieron entrar al piso 2 y me presentaron
al equipo de contabilidad, un equipo maravilloso de personas a las cuales
recuerdo con mucho cariño ya que compartimos muchas cosas y muchas vivencias en
el tiempo que pude trabajar con ellos, algo que al día de hoy recuerdo con
mucha nostalgia. Pero algo muy bueno estaba por venir.
Noviembre
del dos mil trece, me encontraba trabajando en el espacio en el que estaba
asignado cuando de pronto me llamaron de recursos humanos. Tengo que reconocer
que me sentí nervioso, no sabía que podía haber pasado, no sabía si había hecho
algo mal o cual era la razón por la que alguien de recursos humanos me podría
estar llamando.
Me hicieron
pasar a la oficina de la gerente de recursos humanos, me pidieron que cerrara
la puerta y los nervios se apoderaron de mí. Mostré una sonrisa nerviosa y la
gerente de recursos humanos la correspondió. La conversación no tuvo tiempo
para rodeos y luego de una breve introducción me dijo que habían evaluado mi
caso y pues había la oportunidad en que pueda pasar a auditoría, dado que había
una vacante disponible y dado mi interés en poder estar ahí, la pregunta era si
me encontraba interesado en aceptar este nuevo reto.
Me quedé
paralizado, reí nerviosamente de nuevo y sentí un nudo natural en la garganta. Mayor
fue mi sorpresa aún al enterarme que el puesto no era para practicante de
auditoría sino para asistente 1 de auditoría, algo que me puso mucho más nervioso
aún ya que nunca había tenido experiencia en el área y era natural que esperaba
empezar desde practicante, como casi todos. Sin embargo la confianza depositada
en mí en ese momento me dio ese empujón que necesitaba para decir: si acepto,
como quien va al altar en uno de los seguro, momentos más felices de su vida,
pero desde un punto de vista profesional.
Luego de
haber escuchado todos los beneficios que iba a recibir y las consideraciones
que tenía que tener en cuenta, salí de la oficina y mis compañeros del área me
felicitaron, tal vez porque sabían cuánto deseaba eso. Recuerdo que salí del
piso 2, puse el ascensor al piso 15 de la oficina y (no pensé en aventarme
desde luego) miré toda la avenida, desde lo alto del edificio, era increíble lo
que estaba pasando ese año, donde meses atrás al inicio, me encontraba con los
ánimos bajos y desganado, y unos meses después estaba ahí, en auditoría, en lo
que había deseado tanto. Me tomé unos momentos para asimilarlo, sentí que todo
lo que había pasado se fue y que realmente todo tiene su momento y lugar, y en
mi caso todo estaba encajando perfectamente dado que ya me encontraba acabando
la universidad.
Para mi
buena suerte ese día no tenía clases ya que había adelantado cursos en verano,
por lo que tomé un taxi y me fui a Plaza Norte, entré a una tienda de ropa de
vestir y con algunos de mis ahorros me compré un terno. Sentí como si hubiese
ingresado a la universidad nuevamente, como si fuese un futbolista a punto de
jugar la Champions League, o como un astronauta a punto de salir al espacio
después de meses de preparación.
Al día
siguiente llegué muy temprano a la oficina, como era ya de costumbre, subí al
piso 2 y aún no había nadie (era demasiado temprano) esperé a que todos
llegasen y me enviaron al piso 9. Entré, vi a algunos encargados (ya que la
gran mayoría se encontraban en clientes) vi a los socios en sus oficinas y a
los gerentes caminando de un lado a otro entre llamadas y correos. Era como un
niño en su primer día de clases, me presentaron al primer gerente que conocí en
la oficina y al cual hasta el día de hoy, a pesar que ya no esté, le guardo
mucho respeto y admiración y luego de haber estado algunos minutos conversando
con él me enviaron a mi primer cliente.
Diciembre
del dos mil dieciocho, ya han pasado un poco más de cinco años desde que inicié
esa gran aventura, ya han pasado un poco más de cinco años desde que un
sinnúmero de experiencias y vivencias que son dignas de un libro aparte pasaron,
ya han pasado un poco más de cinco años desde que por primera vez pisé el piso
9, ya han pasado un poco más de cinco años donde he venido conociendo una gran
cantidad de excelentes profesionales y mejores personas, un poco más de cinco
años donde he tenido oportunidad de aprender tanto cada día que ya no puedo
cuantificarlo, ya ha pasado un poco más de cinco años de altos y bajas, de adrenalina,
de estrés, de compañerismo, de equipo, de trabajo, de compromiso, de
sacrificio, de entusiasmo, de ojeras, de sueño, de amanecidas, de fiestas, de
parrillas, de tanto y tanto que exceden un post. Ya ha pasado un poco más de
cinco años, desde que puedo decir que sigo aprendiendo y creciendo en una de
las cuatro firmas de auditoría más importantes del mundo.
Tal vez
pocos lo saben y tal vez pocos lo crean, pero sin embargo hubo un momento en el
cual quise dejar esto, quise dar un paso al costado no porque me dejó de gustar
lo que hago sino porque pasó algo que casi me hace tomar esa decisión, pero
hubo una persona que me empujó a seguir y tal vez hoy profesionalmente le debo
parte de todo esto. Ha pasado un poco más de cinco años y aquella decisión de
continuar me hizo crecer desde asistente hasta supervisor de auditoría y esa
fue la mejor decisión que tomé. Ha pasado un poco más de cinco años desde que
me sentaba y me siento como participante de grandes cursos, hasta tener la
oportunidad de dictarlos, de tratar de aportar con la humilde experiencia que he
ido ganando el conocimiento con otros profesionales que se siguen formando. Tener
la oportunidad de volver a mi universidad, al imponente paraninfo del local
central a animar a más estudiantes a través de estas vivencias a que se sumen a
este camino y ver en ellos la misma ilusión con la cual yo me inicié. A
transmitir estas vivencias de las revisiones anuales de calidad, a compartir
con gerentes y socios debates de metodología y normas que en un momento eran
impensados y que hoy son una realidad, a compartir oficina día a día con los
mejores profesionales del rubro, a asistir continuamente a reuniones con
gerentes generales o comités de auditoría y a salir vivos de cada campaña de
auditoría.
Muchas
veces me han preguntado, ¿por qué seguir? ¿Por qué no dar un paso al costado y
buscar otro tipo de cosas que hacer? ¿Por qué no buscar algo propio? La
respuesta es muy sencilla y lo pongo de la siguiente manera: ¿Por qué pedirle a
un futbolista que deje de jugar futbol? ¿Por qué pedirle a un chef que deje de
cocinar? ¿Por qué pedirle a un niño que deje sus juguetes a un lado? ¿Por qué
pedirle a un escritor que deje de escribir?
No puedes
pedirle a alguien que disfruta lo que hace que deje de hacerlo, ya que tal vez
el día que deje de disfrutarlo, será el día que dé un paso al costado. Por
ahora la consigna en este negocio es clara, no importa que tan bueno seas o te
consideren, siempre habrá alguien mucho mejor que tú, y mientras eso pase aún
no encuentras el límite.
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