Jaime Velásquez se despertó muy temprano en la
mañana, su corazón latía aceleradamente, miró con desesperación el reloj y los luminosos
números le decían que eran las tres de la mañana. Nuevamente había sido
víctima de una horrenda pesadilla, aquella en la que podía ver su cuerpo
recostado y con gran impotencia a sus familiares llorando alrededor suyo. No
era la primera vez que soñaba algo así en su vida, lo curioso era que las veces
anteriores habían sido dentro de la misma semana.
Durante el transcurso de los días Jaime no se había
sentido bien, habían muchos indicios de que su salud, a pesar de su temprana
edad, se estaba deteriorando, él se negaba a creer algo así pues no había
vivido ni la mitad de su vida y sin embargo ya sentía las consecuencias de una
vida desenfrenada entre un ritmo de trabajo acelerado de lunes a viernes y unos
fines de semana que consideraba normal para alguien de su edad; fiestas,
reuniones y demás. Consideraba estar manejando bien su vida, pero las
constantes manifestaciones de su organismo le hacían ver lo contrario.
Ya eran varias semanas donde fuertes dolores de
cabeza lo iban aquejando, mareos mientras trabajaba normalmente se habían
vuelto constantes, falta de sueño e inexplicablemente excesivo sueño. Jaime había
iniciado un consumo de cigarrillos a muy temprana edad, antes de lo legalmente
permitido tal vez, a pesar que sentía que eso a largo plazo perjudicaría su
salud, ese brote de consciencia se disipaba mientras introducía en su organismo
aquel veneno que solía darle la tranquilidad y calmaba sus ansias cuando se
sentía muy estresado. Evitaba pensar en aquellos malestares y es por ello que
se negaba a ir a un doctor. Ya la vez anterior le habían dicho que tenía que
modificar su ritmo de vida, sino las consecuencias podían ser fatales. A pesar
de ello, su negación constante por ir a visitarlo, y la falta de tiempo,
impedían que vaya a ver un especialista porque consideraba que le iba a decir
lo mismo, y precisamente eso era algo que quería evitar oír.
Un buen día, en fin de semana, Jaime se encontraba
solo en su casa, los fuertes dolores de cabeza nuevamente venían mientras
trabajaba, golpeó involuntariamente la taza de café que lo acompañaba y
voluntariamente cerró la tapa de su laptop, se dirigió a uno de sus muebles y
se recostó en busca que los dolores lo dejaran tranquilo, miró cerca una
cajetilla de cigarros que por ahí había y lo encendió, prendió la radio y
trataba de relajarse un poco, por un momento encontró lo que estaba buscando
pero pasados los minutos los dolores se estaban haciendo insoportables. Fue en
busca de un vaso con agua en la cocina, bebió rápidamente y tomó una de esas
pastillas que había comprado aconsejado por las farmacéuticas. Se dirigió
nuevamente a los muebles y procuró dormir.
Dos horas más tarde abrió los ojos nuevamente, los
dolores lo habían dejado y se dio cuenta que ya era de noche, pensó en seguir
trabajando pero aún sentía un poco de cansancio en el cuerpo, se sirvió una
taza de té caliente y se sentó, quería gritar de impotencia, no consideraba
justo lo que le estaba pasando, sabía que necesitaba que hacer algo al
respecto, sabía que tenía que cambiar muchas cosas en su vida, sólo esperaba
que no fuese muy tarde.
Al día siguiente fue muy temprano al doctor, no se
lo dijo a nadie para no generar preocupación, pidió permiso en su trabajo y ya
su cita con el médico estaba lista. Al llegar, el doctor lo reconoció de
inmediato, lo invitó a sentarse y luego de un breve diálogo de inmediato dio la
orden para que le hagan un examen médico. Al ser un día de semana, tuvo la
fortuna de no encontrar a mucha gente en la espera, por lo que luego de hacer
una espera de algunos turnos pudo acceder al chequeo, los resultados saldrían
en algunos días más.
El doctor luego de hacerle algunas preguntas de los
síntomas no pudo evitar meditar un momento y reflejar en su mirada que las
cosas no estaban bien, que había algo más que sólo los exámenes médicos iban a
determinar. El doctor fue franco desde el inicio y dijo que los resultados de
sus exámenes podrían indicar lo que Jaime quisiera o no escuchar.
Durante el pasar de los días, Jaime no pudo evitar
dejar de pensar en ello, a pesar que siempre sintió estar preparado para lo
peor, algo así a su temprana edad era algo que no concebía aun, por lo que el
pasar de esos días fueron interminables y muchas veces no esperados, pero al
fin y al cabo, eran inevitables.
Llegado el día de los resultados, un sábado muy
temprano, Jaime salió muy abrigado de su casa, inexplicablemente aquel día
hacía más frio que de costumbre, el cielo de la capital estaba nublado y
nuevamente hacía gala de su rareza, un día antes había sido un día muy soleado
y aquel día todo lo contrario. Llegó a la clínica y a paso acelerado fue a la
oficina del doctor, no había nadie en la espera y eso lo asustó un poco,
esperaba ver otras personas antes que él con peores problemas, para por lo
menos así sentirse “mejor”. Al no haber nadie y encontrarse solo, más solo que
nunca en sus treinta y cinco años, empezó a caminar más despacio como evitando
chocarse con la realidad. Antes de llegar a la puerta, el doctor asomó su
cabeza, al parecer lo había estado esperando. Lo invitó a pasar y sentarse.
Jaime rápidamente quería ir al grano, sin rodeos, sin mucho discurso ni términos
médico que eran ilegibles para él. El doctor parecía estar buscando las
palabras correctas para un momento incorrecto en la vida de Jaime. Al cabo de
un momento y en vista de la presión que Jaime ponía en saber los resultados, el
doctor tuvo que ser crudo.
Tres meses como tiempo máximo. Aquellas palabras
quedaron flotando en el aire por varios minutos, luego de ello Jaime escuchaba
que el doctor hablaba y hablaba y él no atendía a ninguna de sus palabras.
“Tres meses como máximo” era lo único que estaba en la cabeza de Jaime que
parecía estar congelado en aquella cómoda silla del consultorio del doctor. Un
ritmo de vida acelerado sin pausa ni tiempo para los descansos habían ido
generando demasiados problemas al sistema nervioso de Jaime, la negación por ir
a verse a tiempo habían evitado que se dé cuenta que desde varios años atrás un
tumor se estaba alojando en su cerebro y poco a poco se estaba desarrollando.
Lamentablemente para él, el no haberlo detectado a tiempo había complicado
mucho las cosas, ya estaba muy avanzado y la automedicación sin receta médica
había complicado las cosas. Jaime se negaba a aceptar aquello, rápidamente
salió del consultorio médico sin escuchar los llamamientos del doctor. Aquello
no podía ser real, algo así no le podía estar pasando a alguien como él.
Se dirigió a su departamento manejando con la
mirada al vacío, probablemente se pasó algunas luces en rojo y probablemente
uno que otro transeúnte le habría lanzado un improperio, algo que parecía no
inmolar a Jaime quien tenía la mirada al frente escuchando vagamente lo que los
locutores radiales decían, confundiéndose entre risas e idioteces que no
encontraban sentido alguno.
Llegó a su departamento ubicado en el piso 15 con
vista al mar, se sirvió un vaso de whisky y parecía el tiempo no hacer lo suyo
y haberse detenido por completo. Mientras tomaba algunos sorbos no pudo evitar
soltar unas lágrimas, el efecto del shock emocional que había vivido parecía ir
desvaneciéndose para dar paso a una cruda realidad. Le quedaban tres meses de
vida en su mejor etapa, en su mejor momento, cuando creía que todo estaba
saliendo a su antojo. Le quedaban sólo tres meses y juró asimismo no involucrar
a nadie más en esto. No quería ni necesitaba miradas compasivas ni de lástima,
quería pasar sus últimos días siendo aquella persona que siempre había sido,
dejando para el recuerdo aquella persona que él sabía podían recordar.
Le quedaban tres meses por delante y sólo era
momento de empezar a vivirlos, de alguna manera tendría que hacerlo. Jaime tomó
un sorbo más de su vaso de whisky que parecía haberse puesto más amargo que de
costumbre y sólo durmió, esperando que cuando despierte nada de eso estuviese
pasando.
Continuará…
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