Por Jefferson Valdivia
De pronto Jaime se levantó de la cama, por alguna extraña razón se sentía desanimado, era uno de aquellos fines de semana que solía tener entre amigos y diversión, sin embargo la noche anterior había sido la excepción. La salida con sus amigos le pareció entretenida pero algo por dentro lo hacía sentir medio desanimado, a tal punto que para sorpresa de todos se retiró de la reunión más temprano de lo normal. Aquella noche tuvo problemas para conciliar el sueño, una sensación extraña lo embargaba por dentro y luego de batallar por un par de horas con el silencio, finalmente y a duras penas pudo quedar dormido.
Durante los primeros minutos luego de despertarse, Jaime se la pasó recostado en su cama, no era algo normal en él perder varios minutos recostado, algo extraño estaba sucediendo, pero en realidad lo peor estaba por suceder.
Cuando se disponía a levantarse de la cama, escuchó que en la puerta de su habitación alguien estaba tocando, logró reconocer que era su mamá. Era inusual que a esas horas de la mañana un domingo su madre llamara a su puerta, sin pensarlo la invitó a pasar y pudo notar en su rostro una señal de preocupación:
— Jaime, despierta, me ha llamado tu tía Isabel y me dice que tu abuelo se ha puesto un poco mal y lo han llevado de emergencia al Hospital Martínez.
Aquellas palabras retumbaron en su habitación por unos segundos, que por una acción de inercia hicieron que Jaime de un brinco saltara de su cama dispuesto a cambiarse y a salir de su habitación.
El abuelo Miguel era una persona muy importante para Jaime, vivía en una ciudad que era de las favoritas de Jaime, la famosa ciudad Blanca, a la que él desde pequeño año tras año solía ir en busca de tranquilidad y de los tan encuentros esperados con su abuelo. Siempre la pasaba bien ahí, y no se podía imaginar un mejor lugar para pasar unas vacaciones que ciudad Blanca. Hace una semana el abuelo Miguel había llegado a ciudad Capital, para la graduación de Jaime y él se sentía honrado y contento que él estuviese en ese momento tan especial. El abuelo Miguel sólo había llegado para ese especial evento y a un día de tomar su vuelo de retorno a ciudad Blanca, Jaime se encontraba saliendo presuroso de su casa en busca de él en el Hospital Martínez.
Llegó al hospital lo más rápido que pudo, sin desayuno y sin ánimos de tomarse uno, pudo ver a su tía Isabel en la sala de espera, que por una extraña razón se sentía fría aquella vez. La encontró con lágrimas en los ojos y a pesar que el abuelo Miguel había sufrido un pequeño accidente que no tendría que tener mayor consecuencia, un nudo en la garganta se le hacía cuando se encontraba en aquel frío hospital.
Conversó con su tía Isabel por unos minutos, lo puso al detalle de lo sucedido y él sólo sentía ansias de estar con el abuelo. Por indicaciones del médico sólo una persona podía estar con el abuelo Miguel, por la gran cantidad de personas que había dentro, Jaime solicitó la autorización de su tía Isabel, hija de su abuelo Miguel y hermana de su padre, y pudo ingresar.
Caminó a pasos apresurados y se dirigió a la camilla donde se encontraba y lo vio. Ahí estaba tendido en la camilla, al lado de la silla de ruedas que lo había dejado, unos delgados tubos introducían suero a su organismo y lo mantenían despierto mientras que la bata blanca que lo envolvía no era suficiente para abrigarlo de aún más frio ambiente en el que se encontraba. Le acomodó la chaqueta azul que tenía consigo y dejó al lado aquel sombrerito tan característico que siempre solía llevar a todos lados.
El abuelo Miguel lo reconoció y mencionó su nombre, Jaime le hizo sentir que estaba ahí. El abuelo Miguel tenía las manos frías y la mirada un poco ida, aquello hizo sentir ciertos escalofríos en Jaime, que luego de consultar con la enfermera logró recobrar la calma al escuchar que en realidad el abuelo Miguel no había tenido nada grave, la caída que había sufrido no lo había perjudicado. Aquello hizo sentir orgullo a Jaime, su abuelo de 89 años de edad era más duro que una roca, algo que él siempre había admirado por el gran coraje y valentía con la que su abuelo solía hacer sus cosas, siempre demostrando valentía, siempre demostrando fortaleza. Desde que Jaime lograba recordar al abuelo Miguel siempre lo había conocido como una persona fuerte, y aquella vez no era la excepción, el abuelo Miguel estaba dándole una nueva cátedra de lo que él quería ser cuando llegase a esa edad, si es que la vida se lo permitía.
Mas calmado, Jaime se acercó donde su abuelo nuevamente, el mismo que ya poco a poco iba tomando color en su rostro, el mismo que poco a poco ya empezaba a moverse solo nuevamente y que empezaba a hacerle más conversación a Jaime. Conversaban por un momento y luego el abuelo Miguel cerraba los ojos por otro momento, lo cual era un indicador que Jaime tenía que hacerse a un lado para dejarlo descansar. Cuando nuevamente el abuelo Miguel abría los ojos Jaime se acercaba y seguían conversando. Luego el abuelo Miguel le decía que quería mover las piernas y Jaime le ayudaba a moverlas, de arriba hacia abajo, de arriba hacia abajo, lentamente para no generar molestia y malestar alguno al ya cansado abuelo Miguel. Por momentos el abuelo Miguel no llamaba a Jaime, y se disponía a mover él solo sus piernas, algo que Jaime no pretendía interrumpir por lo orgulloso que era su abuelo y por lo fuerte que seguía demostrando ser.
Ya habían pasado varias horas desde que Jaime ingresó a la sala con su abuelo, y a pesar que las piernas se le habían acalambrado por estar tanto tiempo parado, él sólo quería estar ahí, acompañándolo y esperando a que le den de alta, pues el formalismo abunda en Ciudad Capital. Las enfermeras bromeaban con su abuelo, pues a pesar de su edad había demostrado su fortaleza y era cuestión de algunas horas más para que su abuelo salga del hospital y esté nuevamente con su familia.
Los minutos pasaban y ya más recompuesto, Jaime seguía conversando con él. Hay momentos que quedan grabados para siempre en la vida de una persona. El abuelo Miguel miró por algunos segundos fijamente a los ojos de Jaime, aquellos ojos graciosos que a tanta gente había alegrado, lo miró y le dijo:
— Hijo mío, ¿ya has acabado la universidad no? — a lo que Jaime respondió con una afirmativa — Qué bueno, Qué bueno. Eres un orgullo para la familia, tú estas hecho para grandes cosas en esta vida, tienes que ser el ejemplo para el resto y sobretodo ya sabes, el hombre siempre debe estar tranquilo y sereno, no hay más.
— Si abuelito, usted lo ha dicho. Dijo Jaime acariciando con ternura la escaza cabellera que tenía su abuelo, le pidió que descanse y se quedó pensando en lo que le dijo. Normalmente cuando iba a ciudad Blanca lo solía escuchar, pero esta vez sonó algo diferente, algo más especial que hizo sentir bien a Jaime.
Pasaron algunos minutos y por el pasillo vio venir a la doctora, Jaime que se había recostado en la pared para tratar de calmar el dolor de piernas, se sobrepuso y se acercó a ella a preguntarle si ya le podía dar de alta a su abuelo, pues él ya estaba con ganas de irse y estar nuevamente con su familia. La doctora luego de examinar por algunos minutos los resultados de los análisis, arrojó algunos diagnósticos que Jaime no lograba entender pero que vaticinaban que su abuelo tenía que pasar una noche internado en el Hospital Martínez. La doctora pidió hablar con su tía Isabel, que estaba al tanto de todos los males del abuelo Miguel. Jaime sin dudarlo salió presuroso de la sala en busca de ella, sin mirar a un lado, sin mirar a su abuelo, sin decir palabra alguna.
Luego de varios minutos de su tía Isabel en la sala con su abuelo, el celular de Jaime sonó recibiendo una llamada de ella, confirmando que efectivamente su abuelo tendría que pasar una noche ahí, pero que todo estaba bien, eran sólo unos chequeos y cuestiones de rutinas y al día siguiente le estarían dando de alta.
Jaime fue con su familia a almorzar y de paso a traer algunas cosas para la larga noche que le esperaba a su abuelo. Habiendo acabado de almorzar, el celular de Jaime sonó nuevamente, era su tía Isabel llamando entre lágrimas.
— Jaime, tu abuelo. Jaime, tu abuelo. Ha sufrido un grave problema lo han pasado a sala de emergencias.
Aquellas palabras empalidecieron a Jaime, quien no sabiendo que hacer, sólo atinó a salir disparado de la casa de su familia e irse en busca nuevamente de su abuelo. Aquello que había escuchado no cabía dentro de su lógica, no cabía dentro de su razón.
Llegó en escasos minutos al hospital, encontrando a su tía Isabel en lágrimas. Los doctores no le habían dado muchas esperanzas al abuelo Miguel, y sólo era cuestión de tiempo para que él dejara para siempre este mundo.
Jaime no concebía lo que estaba escuchando, quería entrar a como de lugar a ver a su abuelo, pero aquello era imposible por las condiciones en las que estaba. Los minutos iban pasando, la noche iba llegando y la infaltable familia iba llegando sorprendida por la noticia al hospital Martínez.
Jaime quería estar solo, a pesar que su familia se acercaba donde él para saludarle y hablarle, era como que él ignorase todo lo que había a su alrededor y su mirada se centraba en cualquier punto del vacío. Trabaja de estar tranquilo, pero se le hacía imposible, saber que estaba a cuestiones de minutos de perder a un ser tan querido como el abuelo Miguel, le hacía sentir un dolor que él pocas veces había sentido. Caminaba de un lado a otro por el hospital, tratando de hacer algún esfuerzo para ingresar y ver a su abuelo, pero era casi imposible hacerlo. Notó que su celular se había apagado y buscaba un punto de corriente para cargarlo, pues la familia llamaba y él tenía que asumir aquella responsabilidad.
En un pasillo apartado de todos, Jaime encontró un punto para cargar su celular, estaba en un estrecho pasillo del hospital, un poco oscuro y sin techo lo cual llenó de frío en unos instantes a Jaime. Se sentó en el suelo y vio como su celular empezaba a cargar. Mientras se encontraba sentado, pensando en todo aquello que había pasado con su abuelo esas tantas veces que él iba a ciudad Blanca, no pudo evitar derramar lágrimas. Miraba el suelo para tratar de contenerlas, pero era inevitable hacerlo. Luego de encontrarse algunos minutos llorando, pasó algo que por un minuto dilapidó todo sentido lógico que Jaime había tenido durante tiempo, algo que hasta el resto de los días de Jaime no hizo más que dejarlo pensando; cuando se encontraba con la mirada fija al suelo, de manera sorpresiva pudo ver que algo se iba postrando en su hombro izquierdo. Levantó la mirada para ver que era y pudo ver una especie de plumilla blanca que había caído del cielo. La vio postrada en su hombro y la tomó entre sus manos, era algo que nunca antes había visto, era algo que por un momento le dejó una paz que no había sentido, miró al cielo para ver si no se trataba de alguna paloma o algún tipo de animal, pero por la oscuridad de la noche y por las condiciones del lugar donde se encontraba es algo que Jaime jamás pudo identificar de que se trataba. Tuvo aquella plumilla de contextura suave y esponjosa por algunos minutos, cuando vio como poco a poco la misma abandonaba sus manos. Aquello le resultó curioso pero a su vez extraño, y una vez que Jaime perdió el rastro de la misma, escuchó el llanto de su tía Isabel al otro lado del hospital. Aquello no era más que lo que se veía venir.
Su abuelo no había resistido más, su abuelo de aquella fortaleza implacable y un temple de acero, no hizo más que cumplir con su destino y desembocar en el final que a todos les espera. El corazón del abuelo de Jaime, ya había dejado de latir.
Ya nunca más ir a ciudad Blanca iba a ser lo mismo; ya nunca más podría encender la leña en las mañanas tranquilas de ciudad Blanca junto a él; ya nunca más iba a volver a hacer esos curiosos molinos de aspa de cartón que giraban de manera curiosa con el soplido del aire; ya nunca más iba a escuchar esas infinitamente repetidas pero siempre graciosas historias de almuerzo; ya nunca más iba a ver solucionado cualquier problema doméstico con alambres; ya nunca más iba a sentir aquel silbido que sólo el abuelo Miguel podía hacer cada vez que llamaba a alguien; ya nunca más iba a poder ver los partidos de fútbol con el abuelo Miguel cada vez que lo visitaba; ya nunca más iba a poder comer aquellas galletas de animalito guardadas en la caja que el abuelo Miguel solía esconder; ya nunca más iba a poder ver puesto aquellos sombreros en la cabeza del abuelo Miguel; ya nunca más iba a poder escuchar de sus labios, la frase que quedó inmortalizada para siempre en la vida de Jaime: “El hombre siempre debe estar tranquilo y sereno”. Ya nunca más iba a volver ver en movimiento al abuelo Miguel.
Era el momento que su abuelo dejara de existir por siempre en vida, pero era el momento también que el abuelo Miguel empiece a vivir por siempre en el recuerdo, porque es sólo ahí es donde los hombres saben que han tenido éxito en vida, cuando luego de muertos, han tenido la capacidad de dejar grabado por siempre su nombre.
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