Por Jefferson Valdivia
Hoy era uno de esos días, típico fin de semana, donde ya el cuerpo empieza a sentir el cansancio acumulado de una semana que transcurre entre los estudios y el trabajo y ya habiendo acabado la última clase del viernes me dirigía a mi casa.
En el paradero ya de por si empezaba a impacientarme por estar esperando por cerca de 20 minutos un carro que se hacia esperar. En eso divise a lo lejos que el mismo ya llegaba y para empezar a adornar esta noche, estaba lleno. Me acomodé en el fondo como mejor pude y como es típico de un carro lleno, hacía esfuerzos por tratar de sujetarme de algún lado para no caerme con los ya acostumbrados bruscos movimientos de los carros que transitan por esta ciudad.
No pasó mucho tiempo desde que subí, cuando por la misma puerta por la que había ingresado sube un padre de familia con un bebe (asumiendo que era de él) y por acto de cortesía, se paró una persona para darle asiento. No habrán pasado ni cinco minutos desde que aquella persona se sentó, cuando su bebe empezó a llorar. Al inicio las personas, ya acostumbradas a esas cosas en los transportes públicos trataban de ignorar aquellos llantos, pero de pronto ya habiendo transcurrido varios minutos la impaciencia se iba apoderando de la gente.
Ya habían pasado cerca de 20 minutos desde que la criatura empezó a llorar y ya para ese entonces todos nos encontrábamos incómodos y es que es comprensible dada la hora y seguramente la carga que uno se lleva al finalizar el día. Buscaba desesperadamente mis audífonos para tratar de ignorar aquel llanto, pero recordé que mi celular tenía la batería descargada, ya la cabeza me empezaba a incomodar y no creo haber sido el único ya que las personas que se encontraban a mi alrededor empezaban a dar muestras de incomodidad. De pronto divisé a mi alrededor para ver si alguien podía hacer algo y para mi sorpresa todos los que nos encontrábamos ahí eramos puros hombres, una manada de humanos que no hacía mas que empezar a reclamar, a increpar al padre del bebe y no teniendo solución alguna para poder hacer algo al respecto.
Siempre me han gustado los bebes y los niños en general, me hacen acordar mucho mi infancia, pero hoy por poco cambio de parecer. Es que aquellos llantos ya eran insoportables y por algún momento me puse en los zapatos del padre, que mas incomodo por aquella situación no podía estar. Lamentablemente todos se quejaban pero eso no contribuía en nada a que aquella criatura de Dios pueda dejar de llorar, el padre también impotente de no poder hacer nada, solo atinaba a mover al niño de un lado a otro, para cuando me di cuenta el niño estaba llorando en el suelo y ya todo estaba fuera de control y los pasajeros ya empezaban a desesperarse, se escuchaba diferentes tipos de sugerencias que poco o nada podía contribuir: "saca al niño por la ventana para que llore por ahí", "ponlo en el suelo para que pare de llorar", "hazlo saltar en tu pierna", "dale un par de llaves para que juegue", "hazle cosquillas o cariñitos" y así se podían escuchar diferentes comentarios creo mas llevados por la desesperación que por la razón.
El llanto era incontrolable, el bebe no quería nada, parecía estar poseso o algo parecido, se contorsionaba de un lado a otro y los gritos eran cada vez más fuertes y es ahí donde se logró identificar entre las 7 lenguas que parecía estar hablando el niño el pedido de lo que seguro era lo que tanto quería: "maaa, maaa" y al parecer hasta no ver a su mamá todo iba a estar igual. Que importante es la madre y en ese momento aquel grupo de hombres que no hacíamos mas que quejarnos nos dimos cuenta de lo importante de la madre.
Ya parecíamos habernos resignado a lidiar con eso hasta nuestro destino y cuando creíamos que nada podía ser peor, el carro se detiene en el paradero y para nuestra mala fortuna ingresa al vehículo otro padre con su bebe. Un pasajero: "Mierda, nada puede ser peor", y es que ya al parecer los modales no tenían lugar. Se le dio asiento al padre con su bebe y desde ahí tengo la hipótesis que derepente los bebes tienen alguna conexión entre sí o pueden llegar a conspirar entre ellos, la bebita tan linda ella escuchó por un rato a su compañero bebe y de pronto: "eh, eh, eh, ehhhhhhhhh....." y empezó el concierto a dúo, en ese momento aquel grupo de hombres solo atinamos a mirarnos y reírnos por aquella situación, era preferible reírse a hundirse en el llanto por el estrés generado. Ya los pasajeros empezaban a declinar, uno de ellos detuvo el carro de improviso: "Baja atrás, prefiero tomar un taxi carajo" se le escuchó decir cuando presuroso prácticamente se lanzo del vehículo.
Cuando ya aquel sonido se hacía parte de nuestros sentidos, subió una señora, al parecer una madre de familia y la solución parecía estar cerca. Miró al bebe llorar por un instante, sacó de su bolso una botella con agua y le dijo al padre: "señor su bebe esta sofocado por el calor, échele un poco de agua", el padre con ambas orejas rojas por todas las maldiciones que muchos pasajeros seguramente habrían por lo menos pensado, procedió a hacerlo y el bebe como por acto de inercia, o de haber sido tocado por agua bendita, cesó el llanto.
Todos nos miramos, inclusive el padre, parecía que hubiésemos visto al mismísimo Cris Angel haciendo uno de sus grandes trucos de magia donde deja perplejos a todos y es que comprendí que los hombres muchas veces podemos ser un poco torpes para esos temas. El bebe se silenció y parecía estar todo tranquilo después de más de una hora de tolerar aquel episodio, pasó media cuadra y aquel padre con su hijo bajaron del carro.
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