Jaime Velásquez se despertó muy temprano en la
mañana, su corazón latía aceleradamente, miró con desesperación el reloj y los luminosos
números le decían que eran las tres de la mañana. Nuevamente había sido
víctima de una horrenda pesadilla, aquella en la que podía ver su cuerpo
recostado y con gran impotencia a sus familiares llorando alrededor suyo. No
era la primera vez que soñaba algo así en su vida, lo curioso era que las veces
anteriores habían sido dentro de la misma semana.